La semana pasada escribimos sobre la vulnerabilidad de los pobres en el Perú, es decir, la posibilidad de que una parte de la población que ha salido de la pobreza vuelva a ella, debido al deterioro de la situación económica, lo que se vería agravado si es que ocurren desastres naturales. Tomamos un informe del BID (1) con cifras del 2013 como referencia de las tendencias generales, pues el INEI aún no había publicado el Informe de la Pobreza 2016. Ahora nos dice el INEI que la pobreza ha baja del 21,8 al 20,7%, o sea, 6.518.000 personas. Y la extrema pobreza ha bajado del 4,1 al 3,8%, 1.200.000 personas. Estas cifras son menores que las del 2013, ciertamente. Pero la tendencia es la misma: la velocidad de la reducción de la pobreza “ya no es la que era”. Esa tendencia ya se venía constatando por la caída de los precios de las materias primas y por eso se comenzaron a aplicar programas sociales “inclusivos”, política en la cual tuvo un rol importante la ONU con sus Objetivos del Milenio, hoy “recargados” con los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030. Hay varios temas aquí. Uno es la forma de medición de la pobreza mediante los gastos monetarios. Dicen los críticos que eso no es adecuado porque, por ejemplo, no se mide la anemia, que ha aumentado en los últimos años, por lo que el indicador debería cambiarse. Otro es quien baja más la pobreza: ¿el crecimiento económico o los programas sociales? Los creyentes del “libre mercado” nos dicen que es el crecimiento en más de un 80%, lo cual ha sido cierto cuando se crecía al 6% o más. Pero, por ejemplo, en el 2015, los programas sociales inclusivos explicaron más del 60% de la reducción de la pobreza (MEF, 25/4/2016). No hemos encontrado el dato para el 2016, pero debe ser parecido. Un tercer tema es la vulnerabilidad de la pobreza, la cantidad de peruanos que han dejado de ser pobres, pero que podrían recaer si la situación económica se deteriora. El informe del BID estimó que el 40,5% de la población era vulnerable. Hoy, nos dice Javier Herrera, miembro de la Comisión Consultiva para la Estimación de la Pobreza del INEI, que “el 32,9% de la población está en esa franja vulnerable y podría recaer en los siguientes periodos. No obstante, la cifra es menor a la observada en el 2015, cuando fue 33,9%”. Otro tema tiene que ver ya no con la pobreza sino con la desigualdad, la distancia en la distribución del ingreso entre ricos y pobres. Dice el INEI que el coeficiente Gini ha caído de 0,50 a 0,44 del 2007 al 2016 (si el Gini es 1 la desigualdad es máxima y si es 0 no hay desigualdad). Es una reducción importante, sin duda, aunque hay que señalar que el Gini ha caído más en las zonas urbanas (de 0,46 a 0,40) pues en las zonas rurales la caída fue menor (de 0,44 a 0,41). Ahora bien, en términos de desigualdad (no de pobreza), América Latina tiene el triste privilegio de ser una de las regiones más desiguales del mundo (a pesar de la mejora reciente). En este caso, estudios recientes de la OCDE y de la Cepal nos dicen algo que a primera vista parece difícil de creer: que el Gini en los países de la OCDE es igual al de los países de América Latina. O sea que serían tan desiguales como nosotros. Pero, un momentito, ese es el Gini medido por ingresos de mercado, o sea antes de la recaudación de impuestos. Dice un reciente informe de Cepal (2) que ese Gini es de 0,50 en la Unión Europea y de 0,47 en la OCDE (el llamado club de los países ricos). Pero la cosa cambia radicalmente cuando a ese Gini se le descuentan los pagos por pensiones públicas, más las transferencias sociales en efectivo más el impuesto a la renta) se aprecia una caída del Gini a 0,30, tanto en la UE como en la OCDE: una caída del 39 y del 36%, respectivamente. En América Latina la caída es mucho menor. Con cifras al 2011, el Gini de Perú cae de 0,49 a 0,46, Brasil de 0,57 a 0,50 y Chile de 0,54 a 0,50. Lo que esto nos dice es que la recaudación tributaria en un país es un instrumento clave para reducir la desigualdad pues transfiere ingresos de los sectores más pudientes a los menos, vía el pago de impuestos. Dicho de otra manera, en América Latina se pagan menos impuestos que en los países industrializados. Y la situación no va a mejorar ya que la presión tributaria quizá baje a 13% del PBI este año en el Perú, lejos del 18% promedio de la región para ya no hablar de los niveles superiores al 30% del PBI en los países de la OCDE. Estos son los retos que enfrentaremos en los próximos años y que, ojo, no se solucionarán solo con crecimiento ni solo con programas sociales. En la ecuación tiene que entrar la diversificación productiva con empleos industriales de valor agregado, política que brilla por su ausencia. (1) BID, Pobreza, vulnerabilidad y la clase media en América Latina Marco Stampini, Marcos Robles, Mayra Sáenz, Pablo Ibarrarán, Nadin Medellín Documento de Trabajo 591, Mayo 2015. (2) Consensos y conflictos en la política tributaria de América Latina, Juan Carlos Gómez Sabaini, Juan Pablo Jiménez y Ricardo Martner, 2017, www.cepal.org