Quizás ninguna muestra de afinidad entre Donald Trump y Vladimir Putin es más elocuente que la tirria a los medios. Aunque en eso no están solos. Hubo un tiempo en que una sociedad sin prensa libre era un estándar exclusivo de los gobiernos totalitarios, de cualquier signo. Esto viene cambiando a gran velocidad. Hoy existen gobiernos que se consideran democráticos pero a la vez no tienen empacho para mantenerse en una guerra abierta contra los medios independientes de su país. Un caso cercano ha sido el del presidente ecuatoriano Rafael Correa, izquierdista muy moderado en lo económico, pero un verdadero Atila frente a los medios. Gente como Trump, o el resto de los hoy llamados populistas del mundo, tiene problemas para procesar la idea que las evidencias y opiniones incómodas deben tener libre circulación para que la sociedad sea democrática. Algo así como un periodismo sin periodistas que encarnen el aspecto liberal de la práctica. En Rusia los periodistas muy críticos del gobierno son ocasionalmente asesinados, y es una lista que está creciendo. Los EE.UU. de Trump no han llegado a ese extremo, pero el trato de la Casa Blanca a la prensa independiente ya es claramente otro. Siempre ha habido pulseo en esta área, pero lo que Trump quiere definir es una verdadera guerra de trincheras. Podemos pensar que los lazos semi-secretos que hoy unen a Washington y Moscú no son solo los de una conspiración electoral o los de pícaras camaraderías comerciales, sino además parte de un curso de afinidad ideológica y política. Los actuales aspirantes a controladores de la prensa de todas partes empiezan a entender el sombrío mensaje. El instrumento elegido por Trump es más refinado que el de Putin. Su equipo de gobierno está a la vanguardia de un verdadero intento de involución filosófica, que consiste en el ataque a la idea misma de verdad en la información, en la que se ha asentado siempre el periodismo reconocible como tal. La relación con el totalitarismo es clara. Los EE.UU. se jactaron por casi tres decenios de haber ganado la guerra fría desde el campo de las ideas. Ahora Trump empieza a entregar esa victoria con armas y bagajes. Ha elegido a los medios como su primer espacio de rendición.