Los enemigos de Donald Trump están que le buscan lazos cada vez más densos con intereses rusos. Comenzó con la exploración de posibles conexiones de Moscú con su campaña electoral. Luego se ha extendido a la búsqueda de amarres ilegales de gente de su entorno con empresarios y autoridades de Rusia, agentes de inteligencia incluidos. Todo esto ha producido ya más de una renuncia. Luego de haber sido tabú durante toda la guerra fría, las relaciones con Rusia pasaron a ser atractivas en algunos círculos de poder estadounidense. El caso emblemático es el del economista Jeffrey Sachs, quien fue de Harvard a asesorar al Kremlin apenas cayó la URSS, según sus críticos, con desastrosos resultados, aunque él niega esto último. Rusia incorporó el capitalismo a su sistema, pero mantuvo su mala relación con occidente. El expansionismo de Vladimir Putin y el auge de la mafia rusa no han devuelto al país a la condición de enemigo, pero lo han mantenido en un papel de rival activo, sobre todo en el Medio Oriente. Ese eje de la guerra fría sigue a la vuelta de la esquina. Está claro que Trump ha excedido los límites de una buena relación diplomática o geopolítica con el poder ruso. Lo que ahora está en discusión en los EEUU es hasta dónde ha llegado. Es decir si indebidamente le ha abierto a los intereses del Kremlin, percibidos como contrapuestos a los de los EEUU, puertas del poder en Washington. ¿Qué hicieron los rusos? Un informe desclasificado de la oficina del Director de Inteligencia EEUU dice en enero pasado que “Los objetivos de Rusia fueron minar la confianza pública en el proceso democrático de los EEUU, denigrar a la secretaria Clinton, dañar su elegibilidad y potencial presidencia”. Ciertamente palabras mayores. Una forma de resumir la situación sería que Putin ayudó a Trump a llegar a la presidencia, y que ya llegará la hora en que Trump tendrá que pagar el favor. Trump lo niega todo, y define sus lazos como la relación natural de un empresario con un mercado abierto como el ruso. Pero las investigaciones sobre las conexiones rusas mantienen su ritmo y se multiplican, dentro y fuera del Congreso.