Las lluvias y huaycos en el norte, el repunte de PPK en las encuestas y el súbito crecimiento del fenómeno Kenji aquietaron a parte del mototaxi keikista por unas pocas semanas. Ahora vuelve para reclamar el terreno perdido, con nuevas iniciativas de interpelación, más proyectos de ley perjudiciales, y renovada agresividad de sus voceros periodísticos y antiperiodísticos. La clave de la desazón en el mototaxi es la pérdida de peso de Keiko Fujimori dentro y fuera de Fuerza Popular. Adentro es el desafío del hermano Kenji, y en eso lo del DL 1323 parece una derogatoria con nombre propio político. Afuera ha aparecido una derecha que no ve a la ex candidata y a su gente como buenas cartas para el 2021. Pero quizás el primer impulso del mototaxi no se agotó solo por Kenji o por el Niño costero, sino también por la dinámica interna de su bullying al gobierno y a las minorías del Congreso. En los planes de FP el gobierno puede ser debilitado, pero no realmente paralizado o destruido. La fuerza de FP no puede ser llevada a un punto de no retorno. No han encontrado, o no han querido encontrar, una alternativa al agresivo rostro que inauguraron en el 2016. Una pizca de mayor moderación los llevó a perder buena parte de los debates, y eso fue leído como un cargamontón. Como en la frase de Martín Adán, “disgusto y abuso… cuando nos falta hermosura cierta o fealdad interesante”. Aunque hay la posibilidad de un Niño estándar para algún momento del año, no está en los pronósticos otra catástrofe. De modo que ningún factor externo debería interrumpir esta vuelta de la peripecia keikista más dura, y sensible a presiones de aun más a la derecha. Es, pues, como si nada hubiera pasado de agosto del 2016 a la fecha. En la percepción del público inevitablemente ha empezado a pesar más la actitud proactiva del Ejecutivo que los bloqueos del Legislativo. Decir que esas piedras por el camino son formas de fiscalización no está convenciendo a nadie, y los gestos positivos de FP, que los ha habido, se terminan de desdibujar, como el agua en el agua. Lo que queda es lo de siempre, una adicción a la amargura.