Ha pasado lo peor de la emergencia nacional y debe comenzarse la reconstrucción. Limitarse a devolver las cosas a su estado anterior sería una invitación a nuevos desastres. Las enormes pérdidas humanas y materiales sufridas han desnudado la imprevisión, ausencia de planificación, irresponsabilidad y la corrupción en distintos niveles de la administración pública que hicieron posible que la catástrofe tuviera el impacto que ha tenido. No fue una catástrofe imprevisible. La presencia del Niño es estacional y, como sabemos, por las características de nuestro territorio, cada cierto número de años debemos enfrentar huaicos, lluvias incontrolables, inundaciones y sequías catastróficas. Esta es una realidad que nos acompaña desde hace milenios, como nos lo enseñan las investigaciones arqueológicas que testimonian el terrible impacto de los Meganiños, en las crisis generales de la gran cultura moche. Al mismo tiempo que se debe afrontar la atención de las necesidades urgentes de las víctimas y damnificados del desastre, debe planificarse la reconstrucción con una visión de mediano y largo plazo, que permita controlar lo controlable, prevenir lo previsible, reducir el impacto de los desastres y estar mejor preparados para afrontar las futuras emergencias telúricas que, más allá de nuestra voluntad, se presentarán inevitablemente. La calidad del proceso de reconstrucción que se va a empezar está por definirse: si este va a cambiar las cosas, o se va a limitar a vistosas obras de ingeniería, o se va ir más allá, sentando las bases para una nueva relación entre la Naturaleza, la sociedad y el Estado, o si este va a ser otro desmoralizador capítulo de dispendio y corrupción. La propuesta de reconstrucción que el gobierno ha entregado a la opinión pública como un proyecto de ley, que en este mismo momento debe estarse discutiendo en el Parlamento (escribo este texto el lunes en la mañana), contiene elementos que deben ser motivo de preocupación.Verónika Mendoza ha enviado una carta al presidente Kuczynski puntualizando algunos serios problemas contenidos en la propuesta gubernamental (http://bit.ly/2pto5o3). El presidente anunció que no se iba a nombrar un “Zar” para la reconstrucción, pero el proyecto de ley que ha presentado crea una Autoridad con un Director enormemente parecido a un “Zar”, investido de poderes que lo ponen más allá de la fiscalización imprescindible cuando se va a ejecutar proyectos que comprometen miles de millones de dólares. Este es un tema especialmente sensible cuando el país está inmerso en el escándalo Odebrecht, que involucra a algunas de las más importantes constructoras peruanas en actos de corrupción multimillonaria, que podrían ser postores en las futuras licitaciones.Este Director de la reconstrucción, escribe Mendoza, “tendrá poder y discrecionalidad casi absolutos, por encima de los gobiernos descentralizados y demás entidades públicas”. De por medio está el propósito del gobierno de captar inversiones para dinamizar la economía: “Con el argumento de facilitar la inversión privada se anula una serie de procedimientos administrativos y se llega al extremo de restringir la supervisión y los controles, abriendo las puertas a la corrupción”. Es urgente poner en marcha la reconstrucción. Pero la dinamización de la economía no debiera hacerse “aligerando” los controles administrativos e invitando a la corrupción con medidas que eliminan la necesaria fiscalización: “se plantea que se pueda contratar de manera discrecional bienes, servicios, obras y consultorías y se le prohíbe a la Contraloría hacer control posterior (sic), se le prohíbe evaluar las decisiones técnicas (sic), y encima se señala que los funcionarios responsables de estas decisiones no podrán ser evaluados ni sancionados”. Esta es una propuesta tecnocrática que no contempla la participación de los gobiernos descentralizados, la sociedad civil y de los afectados y damnificados, ni siquiera para la identificación de las necesidades. Como subraya Verónika Mendoza: “Una propuesta enfocada en grandes obras de infraestructura que serán entregadas a grandes constructoras sin mayor control, ya conocemos esa historia”. En conclusión, esta es una encrucijada en la que el gobierno puede encauzar sus esfuerzos sentando las bases para realizar cambios profundos, o limitarse a brindarnos más de lo mismo. “Esta es la oportunidad, Sr. Presidente, de tener un Plan de reconstrucción con verdaderos cambios, con una estrategia de adaptación al cambio climático, asignándole un rol central al Ministerio del Ambiente, impulsando un proceso de ordenamiento territorial, generando mayor calidad de vida. Esta tarea no puede hacerse de espaldas a la gente sino con ella y sus autoridades, democráticamente. Es la oportunidad de fortalecer la institucionalidad, articular los distintos niveles de gobierno pensando en el largo plazo, en el futuro. No podemos repetir los errores del pasado. Estamos a tiempo de corregir el rumbo”.