“Lo mejor de la burguesía son su vino y sus mujeres”. Esta frase machista, atribuida a Lenin, es la justificación que usa Ramón para explicarle a Laura, su ex esposa aún no divorciados, por qué se enamoró de ella. Se han encontrado en Barranco ante un juzgado para firmar su divorcio, y se vuelven a ver después de 19 años de ausencia radical. Ramón es parco, contenido, con una violencia interna que disimula al principio por su aire melancólico, pero que finalmente sale como un géiser, incontrolable. Laura es fina, linda, independiente, ultra-trabajadora, contestando el celular a cada rato, pero tiene un secreto que pretende borrar cuando, todos lo sabemos, esa memoria oscura será siempre parte del núcleo duro de nuestra identidad. Un amor de dos terrucos. Eso podría decir de manera banal cualquier comentarista superficial, pero la película “La última tarde” no es solo eso, es la historia de un diálogo verdaderamente profundo entre dos seres humanos que, con distancia y miedo, empiezan a entender lo que vivieron juntos, la responsabilidad del pasado, los reclamos que nunca se hicieron, las culpas que no se limpian, a través de las palabras. Como diría Emmanuel Levinas: el rostro del otro se convierte en aquello que debemos asumir como propio. En la película de Joel Calero la conversación, poco a poco, va cobrando una dimensión humana con la textura de los diálogos que él ha escrito y re-escrito junto a los actores, y que estos actores han podido encarnar con una fluidez realmente asombrosa. Lucho Cáceres, el protagonista principal en una performance verdaderamente para el recuerdo, dice que su papel era el de una persona enmierdada. Fuerte pero cierto. Y que la única manera de poder “meterse en el papel” de un personaje que al principio detestó e imaginó como un diablo con cola, fue leyendo. Leyendo La cuarta espada de Santiago Roncagliolo y Los rendidos de José Carlos Agüero, sobre todo, el ensayo-autobiográfico de este último. De esta manera sacó a su personaje del estereotipo y pudo entender los miedos y el asombro. O como dice Katerina D’onofrio sobre su personaje: “al final estamos hablando de dos seres humanos tratando de perdonarse”. El perdón no aparece de la nada, es un proceso difícil que debemos arrancar al tiempo. A veces es imposible porque la rabia ahoga cualquier intento de reconciliación. “La última tarde” debería ser una metáfora de lo que somos el Perú ahora; pero tampoco lo es: es solo una de tantas historias. Pero una historia tan bien contada que nos atraviesa y nos conmueve. Hay que ir este fin de semana a ver esta película sobre dos peruanos que se aman y odian y se envuelven en sus pasiones, caen, se rinden, tienen miedo y escapan, pero siguen andando, a pesar de la muerte a su alrededor. Pavese lo decía: “¿qué es un cadáver sino un resto de demasiados despertares?”.