La semana pasada, el fallecimiento de la destacada escultora Johanna Hamann ha generado un gran dolor en la comunidad artística y cultural. Fue una persona muy vital que ha dejado una vasta obra y seguramente vendrán muchos escritos sobre su producción como artista. Ante la merecida avalancha, mi forma de recordarla es resaltar un aspecto menos famoso de su carrera. Johanna estudió un doctorado en la Universidad de Barcelona y escribió una tesis sobre monumentos y espacio público en la Lima del oncenio. Son pocos los artistas que sienten la necesidad de obtener un doctorado formal, la mayoría se encierra en lo suyo y punto. Era profesora universitaria de la PUCP y obtener un doctorado tenía un sentido que ella entendió con claridad. Como tesis eligió un asunto histórico, que también es curioso en una persona como Johanna cuya obra escultórica es totalmente contemporánea. Era claramente una segunda vocación que había postergado por el arte, pero ahí estaba porque el pasado era un tema frecuente de su conversación.Gracias a ello, Johanna había reparado que, a raíz del centenario de la independencia, el Estado había construido un conjunto coherente de monumentos públicos en Lima. Se propuso estudiarlo y lo hizo inscribiendo el proceso artístico dentro del crecimiento urbano de la capital. Añade una caracterización bastante imparcial de Leguía, que no cede ante la leyenda negra sin caer tampoco en la nueva ola laudatoria de este mandatario. Por su parte, en los años veinte triunfa el automóvil y reordena la ciudad. Durante el oncenio se construyó la actual avenida Arequipa uniendo el centro con Miraflores, logrando continuidad vial hasta Chorrillos; asimismo, se construyó la avenida Venezuela, conectando el Callao y el Centro, también se proyectó e inició la Costanera que une el Callao con Chorrillos. De ese modo, Leguía hizo el triángulo vial exterior y Lima moderna creció dentro. Estas calles modernas y por primera vez asfaltadas nacían de plazas y nuevos espacios públicos que eran lugares destinados a monumentos. Leguía inauguró 23 esculturas que sobreviven hasta hoy, y varios otras fueron destruidas a su caída. Mientras que, en los cien años anteriores de república, solo siete esculturas adornaban la capital.Por ello, la imagen monumental de la capital fue obra del oncenio y Johanna pasa revista a las esculturas en forma minuciosa, levantando una ficha sobre cada pieza. Los monumentos de esta época son de factura clásica con alguna ornamentación indigenista, por ejemplo el monumento al mariscal Sucre. Pero hay una excepción, la plaza Manco Cápac, que no casualmente fue donada por la colonia japonesa. Esta pieza neoindigenista sugiere un parentesco espiritual entre el Imperio del Sol Naciente y el Tawantinsuyu, como pueblos hermanados por el común culto al Sol, que los distingue de Occidente.Las 23 estatuas que estudia Johanna fueron inauguradas en pocos años renovando completamente la imagen visual de la ciudad. Ellas le dieron forma monumental al Centro de Lima, desde Plaza 2 de Mayo al Parque Universitario pasando por Plaza San Martín; además Leguía diseñó en las primeras cuadras de la avenida Arequipa un conjunto de parques dotados de importantes esculturas que proporcionaban la imagen de las nuevas urbanizaciones que dejaban atrás al viejo Centro. La tesis de Johanna se debe a la fuerte voluntad que siempre la acompañó y afortunadamente ha sido publicada por el Fondo Editorial de la PUCP; el texto está acompañado por mapas, dibujos y fotos conformando un producto de tanta calidad como sus propias esculturas. Su entusiasmo estaba acompañado por una desbordante creatividad y dejó una obra tan original que sus amigos nos despedimos de ella con orgullo de haberla conocido.