La naturaleza y su intensa furia. La imagen peruana de Evangelina es de resistencia, emergiendo de un río desbocado y turbio. Policía y ejército rescatando; un policía murió de infarto en Chiclayo, otro libró de la muerte a bebé en Lima. Autoridades en tres niveles de gobierno a la altura de las circunstancias; otros no tanto (son diferentes las “condiciones individuales”). Madres en El Indio (Piura) casi bajo el agua resistiendo; en otras provincias familias han perdido todo. En Lima ríos desbordados y sin agua. El país, en estas circunstancias inesperadas, se sabe y siente más vulnerable de lo que reportan optimistas calificadoras de riesgo. Pero no necesitaremos un informe multidimensional OCDE para saber que somos una sociedad con capacidad de resistencia y recuperación. A cuatro años del bicentenario este “Niño malo” (algunos jóvenes así llamaron al del 98) y los destapes de corrupción desnudan instituciones, políticos, empresarios, tecnócratas y nos expone con vicios casi irreversibles: naturalizamos la coima; el 70% de la construcción es informal y mucha al borde del riego; el centralista peregrinaje presupuestal de alcaldes por proyectos se sella con comisiones que le quitan calidad y oportunidad a la obra; chicos y grandes no pagan impuestos, etc. Centralista, descentralista, pública o privada parece ser nuestro déficit cívico. ¿Panamericanos o reconstruir lo devastado? Aún no sabemos cuánto será el daño final pero será mucho. ¿“Hay plata”, como se dice? Antes del “Niño malo”, el Perú creció, pero no hay recursos para todo y todos. Urgen 60 mil millones de soles para cerrar el déficit de infraestructura educativa; el 15% de colegios están colapsados. Necesitamos 15.800 millones de dólares para dar agua potable a todos los peruanos. Demandamos 16.630 médicos más y sólo en Lima y Callao ESSALUD tiene un déficit de 2.000 camas. Nuestro déficit en infraestructura al 2021 es de 59 mil millones de dólares. El debate técnico y político post “Niño malo” debe ser con cifras reales, comparando necesidades y prioridades; y mucha autocrítica e investigación sobre cómo hemos pensado la necesidad de obras por las obras (desdeñando calidad y control): ¿un Satélite recién adquirido que no es útil? Tras el “Niño malo”, debemos abrir nuestro panorama; más allá de una reconstrucción difícil y siempre incompleta. Diseñemos otra forma de relacionar los “diversos Estados” (que tenemos) con la sociedad vulnerable e informal, modernizante y mesocrática a medias; aglomerada y dispersa ruralmente. Urgen servidores públicos más activos y revisar nuestra propia descentralización y reformas institucionales para colocar mejor al Estado para priorizar, ordenar, construir, reconstruir, ejecutar servicios más cerca de la gente. Rehacer instituciones, proyectos y gestores para tiempos futuros de vendavales e inesperados “Niños malos”.