En el primer centenario (1821- 1920) el Perú tuvo una “política de elites” (con exclusiones de mayorías y semi-ciudadanías). Después del primer centenario, entre 1930 y 1990, el país comienza a construir (entre democracias y dictaduras) la política de partidos de masas (y cuadros), sindicatos, movimientos urbanos y rurales. El primer fujimorismo fue un largo paréntesis de ajuste económico y adelgazamiento de los espacios democráticos y los sucesivos gobiernos constitucionales han experimentado un crecimiento de la capacidad del Estado y del propio mercado, pero no se han superado brechas sociales e informalidades tensas e imbatibles; la inseguridad y la corrupción se expandieron. Avanzamos, pero también se ahondaron males en crecimiento. Por los cambios en democracias y las consecuencias de los destapes de corrupción que se vienen dando– que anuncian serán más incluyentes (a gobiernos regionales, derechas e izquierdas, políticos y tecnócratas)–, en el inicio del Bicentenario (2021) se radicalizará la antipolítica: más votantes sin participación permanente y descartando entre arquetipos mediáticos; independentismo nacional y local; debilidad mayor o desaparición de partidos, sin colectivos alternativos; la política banalizada, odiada e inconfiable y más mercantilizada; un “poder informal” arriba y abajo, que no obedece, cuestiona o se impone sobre las instituciones. La política no es perfecta y la democracia es gris, pero no hay un mejor espacio de confrontar, acordar, concertar y construir. La democracia es un régimen de crisis o cambios perpetuos y ello incide en la política como práctica; con riesgos de descontentos y desmotivación por instituciones y líderes. Hasta ahora, las instituciones y políticas diseñadas entre actores políticos y tecnocracias empoderadas –en medio de poderes y presiones diversas– han tenido progresos y límites, pero ha incrementado la antipolítica. El Bicentenario abre un ciclo político diferente, pero si no se corrigen tendencias, será un tiempo de anti política radicalizada. Evitémoslo. Para quienes aspiran a liderar el país, ese será el desafío. Construir una democracia con mejor política y nuevos espacios de innovación; un crecimiento económico de generación de empleo, instituciones justas e inclusiones laborales, nueva descentralización con un Estado llegue bien a la gente, lucha efectiva contra la corrupción e informalidades depredadoras. Urgen nuevas miradas políticas, tecnocracias renovadas, líderes sociales y gestores públicos en innovación real, empresarios creativos y abiertos al Perú social y más, una generación que construya política tomando lo mejor de aquella que fue (y cumplió) en su espacio y tiempo.