Cuando en 1963 el Vaticano permitió la cremación de los católicos difuntos, le abrió las puertas a una práctica en constante expansión. Muchos prefieren cremar a sus seres queridos por múltiples razones, sobre todo por ser más barato y menos engorroso que un entierro en regla. Pero para la Iglesia la solución ha creado problemas. El producto de la cremación forma un paquete químicamente inerte, cómodo para almacenar o transportar. A algunos de los que lo conservan en casa él les puede producir el sentimiento o la ilusión de que algo del fallecido se mantiene a su lado. Conservadas o dispersas, las cenizas ahorran los periódicos viajes a visitar una tumba. Pero más de medio siglo más tarde el Vaticano ha percibido algunos efectos negativos para el dogma, a los que define como malentendidos naturalistas, panteístas o nihilistas en la relación con los muertos. La idea es que esta forma moderna de manipulación de los despojos ha venido introduciendo nuevos conceptos inconvenientes en la relación con ellos. Si hemos entendido bien, volcar las cenizas hacia la naturaleza se presta a que algunos deudos alberguen ideas como que su difunto no ha partido completamente de este mundo, y que más bien ahora está en todas partes. Una idea que puede ser consoladora, pero que choca con los postulados de la Iglesia Católica. Un aspecto que no es directamente aludido en la instrucción Ad resurgendum cum Christo sobre sepultura de los católicos es que una urna rondando por casa puede terminar poco respetada, en el sentido de ignorada, llevándose de encuentro la memoria de los deudos. Hay urnas domésticas que terminan en insólitos recovecos. Sin embargo hay algunos aspectos positivos en retener las cenizas en casa. Poder repartirlas puede ayudar a la cohesión familiar. Para algunos deudos puede mantener la memoria del muerto mucho mejor que una tumba distante. Por último se presta a últimas voluntades poéticas y relativamente fáciles de cumplir. A diferencia de otras, esta de que las cenizas fúnebres no se deben guardar en casa (un nuevo pecado) es una disposición eclesial relativamente fácil de respetar. Siempre y cuando haya en los columbarios de iglesias y camposantos espacio suficiente para depositar las urnas que se irán acumulando a un mayor ritmo.