Sí, claro que sí. Como dice Patricia del Río nosotros somos los “cojudazos” por entender como una excentricidad el trabajo voluntario que pone en riesgo la vida propia. Creo que, en un mundo cada vez más colonizado por el pensamiento de acumular dinero como medida de éxito, y como razón única que justifica acciones de envergadura, quienes no se someten a ese vil dictado de época, son vistos como tontos. O en el caso de los bomberos, como cojudos. La mayoría de gente no se percata de su condición esclavizante. Salen todos los días a trabajar convencidos de que son libres de hacer lo que quieren y pueden, pero no tienen la distancia ni el tiempo suficientes para reflexionar acerca de su propia autoexplotación, y así siguen cada día de todos los de su vida “productiva”, cumpliendo fielmente con los designios de esa nueva religión que es el capitalismo. La acumulación de dinero por encima de cualquier otra consideración, hasta la de la vida de los otros, es el síntoma y paradigma de nuestro siglo. Somos corresponsables de haber convertido esa idea en ideología. Todos los días nos esforzamos en ser cómplices de estimular, propiciar, fijar en la sociedad, la idea de que tener éxito es tener plata y punto. Y así va la gente por el mundo, en sus trabajos, fuera de ellos, tomando decisiones en las que los principios se suspenden bajo la justificación de que no queremos “fracasar”, de que la familia “merece lo mejor”, entendiendo lo mejor como más dinero, más posibilidad de consumo, más acumulación. Acumulación de objetos, de cuentas (por pagar y por gastar), de atropellos, de desvinculación del otro, de relativización de la moral. El principal e irrenunciable leitmotiv del siglo XXI: hacer dinero, hacer negocio, faenones, emprender o morir, ser malditamente exitoso. Acumulación. Oro de los necios. Nos quejamos de la colonización española que arrasó cultura, arte y demás. Nos quejamos pero los que profesan el capitalismo son igual: arrasan con la cultura, con el arte, con la diversidad biológica, la educación, la política. Los alimentos industrializados, todo y más está corroído por el óxido del consumo, de la acumulación de capital, por el oro. Colonizadores capitalistas, eso somos. Destruyendo a cada paso, con cada lobby, con cada mazazo de poder fáctico, y con la anuencia de quienes no saben, no reclaman, y de quienes perpetran en privado lo mismo que reclaman al poderoso, los que consuman y consumen. Los que, en verdad, se consumen.Por eso cuando en las redes sociales comenzó la lluvia de condolencias y golpes de pecho por los tres bomberos fallecidos, tuve sentimientos encontrados. Dolor. La sociedad perdía tres hombres que tenían como actividad prioritaria en sus vidas entrenarse para ayudar a otros en situaciones de emergencia y de riesgo de vida; tres hombres que ponían de su tiempo para capacitarse, de su bolsillo para comprar los mejores equipos, de su vida para cuidar la de ajenos. Dolor y arcadas. Porque al otro lado estaban las condolencias de los mercenarios de la política cumpliendo el protocolo; consabidos mercenarios tuiteros exprimiendo en 140 caracteres las lágrimas de gran cocodrilo; vergüenza ajena; gente que todos los días, desde que abre hasta que cierra los ojos solo piensa en sí, en beneficiarse a costa de otros, en aplastar, arrasar, instrumentalizar a quien sea necesario para lograr el éxito. Y pasa que hace rato somos un país con recursos, y hace rato seguimos siendo un país sin empatía. Probablemente seamos discursivamente solidarios, pero en acto, somos un país cada vez más colonizado por el pensamiento-ideología-religión- capitalista. Somos un manojo de interesados, convenidos, hipócritas y desalmados. A la mayoría de gente le importa nada los bomberos, excepto cuando van a salvar su casa. No hay excusa alguna para que a estas alturas de varios ciclos de buena marcha de la economía, los bomberos sigan siendo a duras penas autogestionados, no asegurados, no reconocidos. El bombero es arquetípico de lo mejor del ser humano. De los valores de cooperación, entrega desinteresada, reconocimiento del otro. Es la antítesis del capitalismo salvaje. Por eso a tanta gente, aunque ahora no lo diga, le parece que ser bombero es de cojudos. Cuando el borrego, consumista, capitalista, embustero, sin capacidad de ser libre, de pensar por sí mismo, de ser auténtico, cuando el cojudo exitoso quizá eres tú.