Desde la transición democrática y en los cuatro periodos de gobierno democrático vivimos varias tensiones no resueltas: entre el crecimiento económico y las demandas sociales de distribución; entre la eficiencia con resultados y la concertación y “mesas de diálogo” inacabables; entre la necesidad de partidos y el facilismo del independentismo (nocivo pero de resultados); entre la formalidad deseada y las informalidades (violentas y no violentas); entre la indignación por la corrupción y su casi indetenible expansión; entre la descentralización como mandado y el centralismo cotidiano; y, siempre, entre las tecnocracias y los políticos. En los ochenta, en el gobierno de Acción Popular, el componente tecnocrático ganó terreno en las definiciones. En el primer gobierno del APRA, la política no dio margen de acción a las fórmulas tecnocráticas. En el primer fujimorismo una naciente tecnocracia asumió las decisiones económicas y la modelación del Estado. Desde el 2001 a la actualidad la tecnocracia ha ganado territorio y los políticos luchan por espacios claves (con Alejandro Toledo leve ventaja de la tecnocracia; con Alan García más política; con Humala una avasallante y errática tecnocracia). Urge definir la tensión entre políticos y tecnócratas. La tecnocracia es prejuiciosa de los políticos, los acusan de inmediatistas. Los políticos desconfían de la tecnocracia, pero los necesitan ante la sociedad y para gestionar. La “correcta gestión pública” es el fin de la tecnocracia; los resultados y la continuidad en el poder es el fin de los políticos. Los tiempos nuevos han creado políticos volátiles y sin escuela ni formación (son los independientes en expansión); pero también mucha tecnocracia boyante en datos pero distante al tiempo social y sus demandas. Como en el mercado y el Estado, hay fallas tecnocráticas como políticas. Hoy la informalidad, la inseguridad, los conflictos sociales y la corrupción son los grandes desafíos para políticos y tecnócratas. Su no solución merma la credibilidad en la democracia y debilitan la economía. La política requiere de soluciones y definiciones que solo puede venir de un “acertado saber técnico”. Pero estas soluciones por imaginativas y perfectas que parezcan en “corridas econométricas” o en “tableros de control” requieren de políticos para su implementación. Se necesita el reconocimiento y definición de ambos roles armoniosamente ejecutados. Pero en democracia, que es un mar bravo de legítimas exigencias con olas de incertidumbres y con insuficientes recursos, el timón es del político; con calidad, creatividad, sensibilidad y responsabilidad.