Empezaron los nombramientos de funcionarios en las diferentes áreas del poder ejecutivo del gobierno del presidente Kuczynski, y podríamos decir que se está armando una suerte de dream team tecnocrático. Es decir, en una proporción notoriamente mayor que en los gobiernos anteriores, el criterio de selección parece estar regido por el principio de buscar “la mejor persona” para el cargo, basado en sus competencias técnico-profesionales, en el prestigio que cuenta entre sus pares, dentro, por supuesto, de los márgenes de la necesaria confianza política y relativa coherencia que impone un gobierno como el de Kuczynski. Buscar a la “mejor persona” parecería un criterio muy natural, pero no lo es: al designar a los funcionarios, por lo general los gobernantes privilegian criterios políticos, en el sentido de nombrar personas ya sea para fortalecer sus propios partidos y cuadros o para construir coaliciones, compartiendo el poder con aliados en aras de la gobernabilidad. Cada apuesta tiene riesgos: la excelencia tecnocrática genera mejores buenas ideas, pero sin respaldo o sostén político ellas resultan inviables. Y la lógica política-coalicional fortalece las capacidades de negociación, pero también puede generar clientelismo, ineficacia y hasta corrupción. En 1994 la politóloga estadounidense Barbara Geddes publicó un libro, “El dilema del político” (Politician’s Dilemma. Building State Capacity in Latin America), en el que señalaba que los políticos enfrentaban un trade-off entre disponer del aparato público para prácticas de patronazgo y clientelismo buscando construir legitimidad política, o seguir lógicas meritocráticas para lograr mayor eficiencia en las políticas públicas. Y apuntaba a que acaso gobiernos con partidos grandes o coaliciones muy amplias privilegiarían lo primero, mientras que partidos más personalistas y débiles privilegiarían lo segundo. En el Perú, el debilitamiento de los partidos políticos desde la década de los años noventa ha hecho que cada vez más los cargos públicos recaigan en expertos independientes, antes que en cuadros partidarios. En más de una ocasión he llamado la atención sobre cómo esto explica la paradoja del crecimiento económico con reducción de pobreza de los últimos años, a pesar de nuestra extrema debilidad política e institucional. Esta tendencia se ve con mucha mayor claridad en el gobierno de Kuczynski. En la medida en que el partido Peruanos por el Kambio es prácticamente inexistente, no hay presiones para acceder al aparato público, con lo que una lógica tecnocrática y meritocrática de nombramientos se abre paso casi sin resistencias. Ya se ha dicho que el gran desafío que tiene este gobierno, esencialmente de tecnócratas independientes, es construir los acuerdos políticos y los consensos y la legitimidad social necesaria para llevar adelante sus propuestas. Es decir, hacer política. Pero para el gobierno de Kuczynski optar por un gabinete político prácticamente no era una opción, porque la construcción de acuerdos políticos pasa necesariamente por lograr una relación de cooperación mínima con el fujimorismo, antes que por construir coaliciones amplias. La única manera de gestar esa cooperación es legitimando socialmente las iniciativas de política, para hacer políticamente costoso al fujimorismo oponerse a las mismas. Prueba de fuego para la capacidad de persuación, argumentación, comunicación del gobierno en general y de los ministros en particular. Hacer de la necesidad virtud podría ser el refrán de este gobierno. ¿Se podrá?