El presidente Humala termina su gobierno con apenas un 25% de encuestados que aprueba su gestión, mientras que los presidentes García y Toledo terminaron con 42 y 33% de aprobación, respectivamente. Si miramos las curvas de aprobación de estos dos últimos a lo largo de sus cinco años de gobierno, veremos patrones similares: caídas rápidas en el primer año, continuación del declive, aunque a un ritmo menor en el segundo, un tercer año muy complicado con los niveles de aprobación más bajos, una ligera recuperación en el cuarto año, y una subida importante en el último. Toledo empezó con casi 60% de aprobación, cayó hasta 8% en el tercer año, pero terminó con 33. García empezó un poco mejor que Toledo, su punto más bajo fue el “baguazo” en junio de 2009, que lo hizo bajar a 21, pero terminó con 42. Humala, por su lado, cayó ligeramente en el primer año, pero cayó fuertemente en el segundo; al igual que en los dos gobiernos anteriores se mantuvo en un nivel bajo en el tercer año; pero a diferencia de ellos, en el cuarto no remontó, y en el último año lo hizo, pero muy modestamente. Viendo el contexto general, no es sorprendente que García haya terminado mejor que Toledo: el crecimiento económico resultado del boom en los precios de nuestras exportaciones de minerales se afianzó en el gobierno anterior, y el manejo político de las crisis fue un poco mejor por parte de un político más experimentado como García y con un partido más organizado, como el APRA. Viendo el gobierno de Humala, incluso hasta su terrible tercer año, parecía que tendría un mejor desempeño que el de García en cuanto a aprobación ciudadana. Humala se beneficiaba todavía de altas tasas de crecimiento, pudo hacer de la inclusión el centro de su discurso, contó con mayores recursos fiscales para implementar políticas sociales. Hasta inicios del cuarto año de gobierno la aprobación de Humala todavía era superior a la de García y a la de Toledo en el mismo momento de sus gestiones. La gran diferencia es que Humala no pudo tener una recuperación importante en el último año de gobierno. Al final del periodo presidencial, cuando la atención está puesta en la competencia entre los aspirantes a la sucesión, suele ocurrir que el que se va no nos parece tan malo, porque los candidatos en disputa no logran ilusionarnos demasiado. En el caso de Toledo, el escenario de la contienda entre García y Humala de 2006, lo favoreció significativamente; también a García la segunda vuelta entre Humala y K. Fujimori de 2011, y además García se las ingenió para terminar su gestión con una ola de inauguraciones de obras bastante ostentosa. ¿Qué pasó con Humala? En parte, no logró remontar por dos razones principales, a mi entender. Primero, está el papel de la primera dama. Durante los primeros dos años de gobierno, Nadine Heredia era percibida como un activo valioso para el Presidente, al punto que surgió el fantasma de la candidatura presidencial de Heredia. Después, sin embargo, empezó a convertirse en un pasivo, fruto de la “excesiva” injerencia en las decisiones de gobierno y el pésimo manejo del asunto de sus agendas extraviadas. Segundo, los logros principales de la segunda mitad del gobierno fueron resultado de una agenda de reformas tecnocráticas que el Presidente no sintió verdaderamente como suyas: la reforma educativa, la diversificación productiva, la institucionalización de la política social, las bases de la construcción de un servicio civil en el Estado, entre otras. Al final, los logros no pudieron ser reivindicados creíblemente por el Presidente, ni percibidos por la población.