Uno habría esperado que Pedro Pablo Kuczynski corrigiera las declaraciones que este miércoles ofreció en La Oroya, frente a los trabajadores de la empresa minera Doe Run, cuyo proceso de liquidación vence a finales de agosto. Luego de comprometerse a hacer lo posible para que el proyecto sobreviva, PPK dijo: «Ustedes me ayudan con el Congreso y yo los ayudo para que esto salga adelante». «Ustedes saben quién controla el Congreso. Hagamos una marcha al Congreso y no dejen morir La Oroya». Pero en lugar de echarse para atrás, este jueves el presidente electo reafirmó su idea de acompañar una manifestación hasta el legislativo, para conseguir una prórroga al proceso concursal que lleva años entrampado, con la esperanza de encontrar un postor que reactive la operación.Kuczynski parece haber tomado el camino opuesto al que se anticipaba después de las elecciones. Desde que se conocieron los primeros resultados de la segunda vuelta, donde parecía ganar por un escaso margen, se dijo que Peruanos por el Kambio debía emprender un proceso de acercamiento con Fuerza Popular, por aquello que Pedro Spadaro luego dijo: «El Congreso ya sabemos de quién es». Solo un permanente juego de coqueteos, transacciones y arreglos conseguiría que el Ejecutivo y el Legislativo pudiesen ponerse de acuerdo para trabajar juntos, al menos en algunos aspectos urgentes. Esta convivencia impediría que el país sufriera un frenazo.¿Por qué entonces, a pesar de las advertencias y primeras señales, PPK ha decidido tomar esta ruta, cuyo desenlace parece una inevitable colisión con el fujimorismo? Quizá esta pregunta pueda ser absuelta con otra, que seguramente se ha hecho el presidente electo: ¿Cómo negociar con un partido que se resistió a aceptar los resultados de las urnas, exigió disculpas por los duros ataques lanzados en campaña (algo que en ningún lugar del mundo se ha hecho), evitó un saludo democrático en toda regla y ahora parece reacio a abrir la puerta a cualquier forma de diálogo?Kuczynski tiene claro que una negociación con un antagonista tan inflexible como el fujimorismo no puede emprenderse con las defensas bajas o mostrando debilidades. Acostumbrado a vérselas con negociadores tan fieros como una transnacional o un banco de inversión, al presidente electo no parece preocuparle su contraparte de turno, y aunque sus peculiares bromas, boutades y risotadas parecen indicar lo contrario, para estrenar su relación con la mayoría del próximo parlamento, ha preferido el palo y no la zanahoria. No olvidemos que en su primera entrevista no le tembló la voz al hablar de un eventual cierre del Congreso: «La Constitución prevé que si se tumban a dos gabinetes se disuelve el Congreso. Yo prefiero no tener que llegar a eso». Anunciar una marcha junto a los mineros de Doe Run solo sería mantenerse en esa línea.¿Serán así los años venideros? ¿Pervivirá esta tensión entre el Presidente y el fujimorismo? Lo dudo mucho. Es casi seguro que con el paso de los meses, el ambiente se relajará. Cada vez estará más lejana la derrota de Keiko Fujimori por esos escasos 40 mil votos, y las heridas de la elección se irán sanando. Además, el propio fujimorismo vivirá momentos de definición, en la sorda pugna que libran los «keikistas» y los defensores de una línea dura, que refleje con mayor nitidez las filias y fobias de su fundador. Esto podría conspirar contra su mayoría parlamentaria, que no parece tan compacta como la de los años noventa, coordinada a golpe de beeper desde Palacio de Gobierno y el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).