En el artículo anterior rebatí el mito vendido por la derecha de que la reforma agraria de junio de 1969 arruinó a un agro próspero, provocando una crisis catastrófica. En realidad esta había empezado dos décadas atrás. La agroexportación, que en 1950 aportaba el 50% de las divisas, en 1968 producía apenas el 16%. En 1956 por cada 100 dólares que ingresaban por exportaciones agropecuarias se gastaba 39 en importar alimentos, pero a partir de 1967 el valor de lo importado superaba lo que ingresaba por agroexportación. La dependencia agroalimentaria se agravó: según cifras del INEI, la población peruana casi se duplicó entre 1950 y 1970; creció de 7.6 a 13.2 millones. Pero la producción agraria creció apenas algo más del 50%. La crisis del agro era la manifestación de un problema mucho más profundo: el agotamiento histórico de un orden social basado en la propiedad de la tierra, que daba poder económico, prestigio social y control sobre la gente, con su manifestación más repulsiva, la servidumbre. No es casual que todos los proyectos históricos de modernización en América Latina, desde inicios del siglo XX, pusieran la reforma agraria como condición para despegar. Ella figuró en primer lugar en el ideario de José Carlos Mariátegui, en el de V.R Haya de la Torre y en el de las guerrillas que estallaron en junio de 1965. ¿Cuál era la condición del campesinado en vísperas de la Reforma Agraria? Veamos algunos testimonios. Hugo Blanco, líder de las grandes movilizaciones campesinas de La Convención y Lares, estaba en prisión desde mayo de 1963, amenazado con ser fusilado. Explicando las razones de su rebelión escribió: “El gamonal Alfredo Romainville, entre otras cosas, colgó de un árbol de mango a un campesino desnudo y lo azotó durante todo el día en presencia de sus propias hijas y de los campesinos. A otro campesino que no pudo encontrar el caballo mandado a buscar por el amo, éste lo hizo poner ‘en cuatro patas’, ordenó que le pusieran el aparejo del caballo y que lo cargaran con seis arrobas de café; a continuación le hizo caminar así, con sus manos y sus rodillas, alrededor del patio que servía para secar el café, azotándolo con un fuete ... Hizo encarcelar por ‘comunista’ a la hija que tuvo con una campesina a quien violó. Su hermano no se contentaba con violar él a las campesinas, obligó a un campesino a violar a su tía amenazándolo con un revólver. El hacendado Márquez hacia arrojar al río a los hijos que tenía de las campesinas violadas. El hacendado Bartolomé Paz marcó la nalga de un campesino con el hierro candente en forma del emblema de la hacienda usado para marcar ganado. Otro tanto hizo el hacendado Ángel Miranda ... Dalmiro Casafranca asesinó arrojándolo al río a Erasmo Zúñiga, secretario general del sindicato de su hacienda Aranjuez… Ese ha sido el verdadero ‘medio social’ donde los agitadores fuimos a ‘perturbar el orden’ y ‘predicar violencia’”. El gran dirigente campesino Saturnino Huillca recordaba la situación del campo cusqueño: “Por eso mi vida es triste. Por lo que he hecho soy culpable, por haber defendido a los campesinos como yo. Haber hablado a favor de los campesinos es un delito para ellos. Por eso me castigaron. En cambio no había castigo para el que robaba. Ni para los criminales. Esos eran bien protegidos. Para los hijos de los gamonales, que violaban a las mujeres y las hijas que trabajaban en las haciendas, no existían cárceles. Ni tampoco para los que quitaban sus vaquitas a los campesinos. Para esos no había castigo. Esos andan libres” (Hugo Neira: Huillca: Habla un campesino peruano, 1974: 96-97). Huillca marca también a fuego la barbarie de Alfredo Romainville, y este vuelve a ser evocado por José María Arguedas, en una anécdota atroz: “una mujer no le besó las manos al patrón, y el señor Romainville le mandó cortar el brazo, inmediatamente, y es una información de Expreso. De esto no hace sino 3 años”. Esto lo afirmó Arguedas en el conversatorio en el IEP sobre su novela Todas las sangres, en junio de 1965. Ese mismo mes, Caretas publicó a doble página la fotografía de un gamonal cajamarquino cargado en andas por “sus indios”. El día 9, el MIR y el ELN anunciaron que iniciaban la guerra de guerrillas para realizar una revolución cuya primera reivindicación era la reforma agraria. No hablamos del siglo XIX sino de mediados de los 60. Faltaban exactamente 4 años para que Velasco Alvarado decretara la ley de reforma agraria.