Las noticias sobre una súbita ola de arrepentimiento por los resultados del brexit, más el debate sobre si los resultados pueden ser sometidos a un nuevo referendo, y la fantasía sobre la posibilidad de que el brexit no se mantenga, son datos que ilustran sobre la fragilidad de algunos procesos de consulta directa a la población. Siempre se ha sabido que uno de los problemas con los referendos (constitucionales) y los plebiscitos (otros temas) es que dependen mucho del momento en que son convocados. Las coyunturas cambian, y dejan a los pueblos amarrados a decisiones que pierden sentido con el cambio. El brexit podría ser uno de esos casos. Los británicos se van a pasar los próximos tiempos mirando qué efectos prácticos ha tenido su decisión mayoritaria. Los perdedores hoy dicen que van a ser catastróficos, aunque eso todavía tiene que demostrarse en los hechos. De ser así, para entonces el daño estará hecho, para Gran Bretaña y para la Unión Europea. En Europa las consultas directas son particularmente atractivas para los movimientos extremos, que ven allí posibilidades de lograr golpes de mano en coyunturas específicas, que la democracia representativa, mucho más institucional, no suele permitir. El referendo va camino de volverse un instrumento putchista gradual. El entusiasmo con que la extrema derecha europea ha recibido el brexit es sintomático de su deseo de liquidar a la UE y volver a hundir a Europa en una vorágine nacionalista. Paradójicamente son los mismos ultras que denuestan de la inmigración, ante cuya carga de problemas los países individuales estarían mucho más expuestos. Pero el brexit británico, como los referendos de Cataluña y Escocia, no ha sido una victoria de la extrema derecha. Su sentido más bien habría sido un rechazo a algunos efectos de la globalización, una nostalgia por los buenos tiempos pasados (de allí el decisivo voto de los viejos) y una protesta por los problemas de esta hora. Muy distinto es el caso de Venezuela, donde el referendo que se prepara ha surgido del colapso de la institucionalidad, de la economía, y de la vida en sociedad. Nada de lo cual se está dando en Europa. En Venezuela se trata de una suerte de último intento de resolver la crisis de una manera ordenada.