Mugrientos, malolientes, asquientos y acomplejados, así calificó el reelecto congresista Carlos Tubino a sus pares de izquierda. “Son como Verónika Mendoza”, escribió en Twitter asegurando que sus lamentables calificativos se deben a una genuina preocupación por la última foto del parlamento. Sucede que aquel día, en el que “los rojos” estuvieron “apestosos”, se tomó la instantánea del Congreso que se va, esa que quedará como recuerdo para la posteridad. Estoy segura de que la mayoría no recordaremos la foto que le roba el sueño al fujimorista sino los “come pollo”, “mata perros” “roba cables”, los trabajadores fantasmas y otras tantas perlas de este Legislativo que termina como una de las instituciones con menos aprobación y credibilidad. Había decidido escribir esta semana sobre cosas más agradables que la política, pero revisando las redes sociales me topé nuevamente con Carlos Tubino argumentando que él solo crítica con dureza cuando en realidad se trata de insultos. ¿Debo ocupar mi tiempo en este señor? Me pregunté. Decidí que sí, porque al ver la avalancha de críticas en su contra me percaté también del enorme –y vergonzoso– apoyo que recibe. ¡Cuántos “Tubinos” hay! pensé, no se trata entonces de un hecho anecdótico para el olvido sino del reflejo de lo que siente y piensa un grueso sector de nuestra sociedad. El fujimorista comparte con entusiasmo todas las muestras de respaldo que reciben sus ofensas, muchas provenientes de conocidos fujitrolls, que le piden “aplastar” y “ponerle la rodilla en la nuca a los rojos en el Congreso”. Las expresiones de Carlos Tubino, quien se ha opuesto con igual –y hasta peor– cantidad de agravios a los derechos de los homosexuales, representan la discriminación, el racismo, la homofobia, la intolerancia y el desprecio por todos aquellos a quienes consideramos diferentes. Tubino y quienes lo aplauden son los que alientan el verdadero odio, ese que termina matando.