A otra escala, pero con similar impacto, el ISIS ha reivindicado la mayor masacre en territorio estadounidense desde el 2001. Pero la atrocidad es suya a medias. El asesino solitario que abre fuego contra un grupo de personas indefensas es una lacra de los EEUU que cruza distintas líneas ideológicas, y tiene raíces en la enfermedad mental. Pero el reclamo de la autoría no sorprende. ISIS ha venido asesinando a miembros de minorías sexuales en nombre del Corán por todos los territorios que controla en el Medio Oriente. Así se da la mano con las derechas religiosas que exportan homofobia al mundo entero, y en este caso ISIS cosecha los silenciosos aplausos que Al Qaeda no pudo conseguir. El atentado de Nueva York fue claramente recibido como una agresión militar externa. La variante en este caso de Florida es el aprovechamiento terrorista de la difundida violencia en la sociedad estadounidense. El asesino no necesitaba ser islamista para cometer su crimen. Cualquiera de una larga lista de causas le hubiera servido igual. Como la guerra con ISIS en el Medio Oriente ya está declarada, la respuesta a este atentado de Orlando por necesidad se ubica también en el terreno de la seguridad ciudadana. Barack Obama ha visto allí la oportunidad de reforzar la lucha contra el poderoso lobby de los vendedores de armas al público. La extrema derecha estadounidense se encuentra hoy entre el sentimiento contra los musulmanes mecánicamente asociados a todo atentado islamista y la identificación con los perseguidores de personas LGBT. Nada bueno puede salir de esta ambivalente situación, erizada además de implicancias electorales. Donald Trump ha aprovechado para insistir en el veto transitorio a la inmigración musulmana (“Lo que pasó en Orlando es solo el comienzo”). Hillary Clinton ha dicho que no le va a declarar la guerra a una religión. Pero en el balance la intolerancia étnica que encarna Trump sale ganadora. Más aun si ISIS tiene más asesinos suicidas alineados de aquí a las elecciones de noviembre. Más allá de lo electoral, el atentado cambia las cosas para la amplia y militante comunidad LGBT de los EEUU, una parte de la cual necesariamente pasará del reclamo de derechos cívicos a la defensa activa frente a sus sangrientos enemigos de dentro y fuera del país.