Los periodistas extranjeros de visita quieren saber en qué se ha diferenciado esta campaña electoral de otras en este siglo. Se sorprenden al escuchar que en los grandes rasgos y algunos pequeños detalles esta se parece mucho a las demás. En efecto, nuestro ruido electoral puede parecer único, pero ya lo hemos escuchado antes.Si algo hizo distinta a esta campaña, fue la chambonada conjunta de legisladores que dieron una ley inconveniente y autoridades que la aplicaron sin el menor criterio. La muerte súbita de candidaturas importantes una vez avanzado el proceso fue una mala noticia que dio la vuelta al mundo. Eso suele ser parte de la pregunta de los periodistas.Hubo muchos comentarios sobre el gran número de candidaturas. Pero si hubo 19 este año, en el 2011 hubo 20. En realidad al comienzo de la carrera los candidatos siempre parecen demasiados, y ciertamente lo son. Pero luego las nieblas de la esperanza se disipan, y lo que queda puede ser contado con los dedos de una mano.En cuanto al largo de la campaña, las hemos tenido más largas. Ante el temor de que Alejandro Toledo pudiera efectivamente ser vacado, la preocupación electoral de cara al 2006 empezó insólitamente temprano. Desde un par de años antes las encuestas preguntaban por quién se votaría si las elecciones fueran al día siguiente.Un rasgo común de nuestras elecciones presidenciales es la presencia de la idea, a veces impostada y a veces real, de que el voto mayoritario puede desembocar en una tragedia nacional. El fenómeno viene con palabras como el outsider, el antisistema o el corrupto, y produce un gran número de personas declarando que irán a votar con la nariz tapada.En distintas modalidades diversos grupos pensaron esto de prácticamente todos los candidatos desde el 2001, en lo que ya se está volviendo una modalidad democrática de la timba. Este año parecía que la cosa iba a ser diferente, pero al final inevitablemente apareció la candidatura peligrosa.Salvo por el retiro de candidaturas por el camino, hemos tenido, pues, una campaña electoral como las de antes. ¿Debemos alegrarnos? No necesariamente. Pero podríamos ir reconociéndonos en este espejo recurrente, que es también una incubadora de descontentos.