Guardando las distancias en técnica, número de páginas, enfoque social, éxito literario, La ciudad y los perros (1963) de Mario Vargas Llosa podría ser un cuento más de Los inocentes (1961) de Oswaldo Reynoso, quien acaba de fallecer. En esos dos libros comienza la saga esencialmente romántica del adolescente en la narrativa peruana. Reynoso entendió temprano la fuerza de la adolescencia como espacio marginal en la sociedad peruana, y en esa medida inauguró una robusta corriente literaria. El adolescente disconforme suelto en plaza, urbano y popular de preferencia, es lo más parecido que tenemos a un héroe cultural en nuestras letras. Los personajes de Reynoso encarnan el drama de la modernización de Lima después de las primeras migraciones desde el campo. Son pioneros de esa modernización, cuyo otro nombre es el cambio social. No hay manera de leer Los inocentes sin pensar en el ensayo de Aníbal Quijano sobre la emergencia del grupo cholo en el Perú, de 1964. En su reseña al libro en el año en que apareció, José María Arguedas llamó a Reynoso “un narrador para un mundo nuevo”. La breve nota no tenía en mente a la adolescencia, sino más a la epopeya de las barriadas en construcción, y a Reynoso como un intérprete de aquellos cambios, a la vez que de los jóvenes y de la nueva ciudad. Los inocentes caló y se hizo de un lugar permanente en las librerías y entre generaciones de lectores. En 1964 la editorial Populibros lo rebautizó como Lima en rock, que en cierto modo ha sobrevivido como falso título, impostado pero pertinente. La edición Peisa de 1997 trae el subtítulo “relatos de collera”. Cara de ángel, El príncipe, Carambola o El rosquita siguen siendo protagonistas de la ciudad actual. Hoy algo menos inocentes, quizás, pero igual de atribulados por la particular soledad de los jóvenes ante el mundo. En 1965 Reynoso publicó En octubre no hay milagros, en cierto modo un intento de presentar ese panorama de la nueva sociedad peruana que Arguedas le había reclamado años antes. Washington Delgado la consideró en ese momento una prolongación de Los inocentes, pero si bien la novela tuvo éxito, no recuperó la magia del primer libro, ambos merecen ser leídos.