Puede que este sea el peor enemigo que enfrentamos en estas elecciones dramáticas, como suelen serlo en el Perú. Ya le hemos dado mayoría absoluta en el Congreso a los representantes del fujimorismo. El electorado habría podido elegir, puesto que Fuerza Popular les da esperanza por diversas y complejas razones, darles una mayoría simple. Pero no. Les dieron el máximo poder posible en el Legislativo. Esto a sabiendas de que entre los elegidos hay muchos, como Kenji, Becerril o Chacón, que consideran al Gobierno del reo Alberto Fujimori como el mejor de la Historia del país. Y que su prisión es injusta, avalando implícitamente los crímenes por los que ha sido justamente condenado. Al mismo tiempo, del lado del fujimorismo se ven comportamientos desconcertantes. Keiko Fujimori, pese a todas las evidencias acerca del sospechoso enriquecimiento de su hasta hace poco secretario general, lo mantiene a su lado. La explicación de que este le daba locales, vehículos y seguramente dinero me parece insuficiente. Ramírez está investigado hace años por lavado de activos por la fiscalía. El costo de mantenerlo a su lado es elevadísimo. Recién con la revelación de la investigación de la DEA, mostrada por Univisión y Cuarto Poder, Keiko, tras pretender una última y patética defensa de su operador político y financista, se decide a ponerlo en la sombra, junto a Martha Chávez, Aguinaga o Cuculiza. Ya es muy tarde y todo es muy extraño como para no preguntarse por qué dejó un flanco tan grueso y evidente a sus adversarios: ¿Le debe demasiado? ¿Fue víctima de su omnipotencia? ¿O acaso lo inconsciente la llevó a dejar una huella culpable que hoy podría destruir su candidatura? Esta ostensible brecha en la, por otro lado, bien diseñada fortaleza de Fuerza Popular, no está siendo aprovechada por PPK. También en el candidato y su equipo de campaña se advierte un inquietante desgano de cara a unas elecciones en donde nuestra precaria democracia se juega la vida (ojalá eso haya cambiado en el debate de Piura). Como muchos lo han advertido y Mario Vargas Llosa lo acaba de reafirmar sin ambages en una entrevista concedida a Fernando Vivas en El Comercio, si Keiko sale elegida Presidenta daríamos un salto peligrosísimo hacia atrás. No es que saltaríamos al abismo: retornaríamos a ese foso enorme y oscuro. Keiko no es su padre, por supuesto. Ni la historia se repite como un esquema matemático. Pero hay demasiados índices de continuidad con un modelo autoritario y corrupto –es un pleonasmo– que no se pueden ignorar. Los fujitrolls organizados en las redes sociales, por ejemplo, están ahí –felizmente– para recordar lo que nos espera a los opositores si les damos el poder total que podrían obtener: insultos, amenazas, violencia, represión. Es la antigua lucha entre Eros y Tánatos. Hay que pelearla