A medida que se acerca el día de las elecciones generales, los interesados en la ocasión aumentan, sumándose a los interesados recurrentes en la política peruana. En un país donde votar es obligatorio es natural que así sea. De cualquier modo, hay que votar. Pero la gran mayoría de peruanos –se calcula un 60% del electorado– no tiene un interés permanente en la política y este solo se manifiesta a la hora de emitir su voto.¿Cómo construye entonces, el votante desinteresado, su elección? Básicamente por sus relaciones familiares y por las personas en las que confía. Con instituciones precarias y con poca confianza en las instituciones fácticas (iglesia, ejército, empresa, academia, medios) es la familia, los amigos, el grupo de interrelación personal el que construye el voto. No es extraño entonces ver los mapas del Perú coloreados por triunfos en primera vuelta donde el voto regional, provincial e incluso distrital se mueve como un alud familiar en un sentido o en el otro.El fujimorismo, conociendo de esta construcción íntima del voto ha esparcido una idea que creía podía funcionar. “Si no votas por Keiko Fujimori es porque estás lleno de odio”. Es una idea simplona, pero popularmente potente. ¿Quién quiere ser el que odia? Nadie quiere ese papel para sí mismo y menos aún, dentro de su grupo familiar. ¿Qué padre enseña a sus hijos a odiar? Solo lo haría un muy mal padre, por tanto, si toda alternativa a Fujimori es odio, esas alternativas deben ser sustituidas por ella y la promesa de “un país reconciliado”.Quienes, por razones de trabajo, estamos muy atentos a lo que sucede en Twitter y Facebook, encontramos este mensaje casi desde el inicio de la campaña. Votar por Fujimori es gratitud, no votar por ella es odio. “Los hijos no heredan los errores de los padres” (nótese el énfasis en error y no en delito), “no le perdonan a la hija lo que hizo el padre” y cosas en estos extremos. Lo que hay detrás de estas categorías es, como siempre, la desvalorización de la elección del otro y del otro en sí mismo –natural en toda contienda electoral– pero ya no por “lo que se cree” sino por “lo que se siente”. Los sentimientos han reemplazado a la razón.Este puede ser otro síntoma más, poco advertido, de la carencia de ideas en la discusión política peruana. Pero, como en todo totalitarismo, la carencia de ideas, sustituida por sentimientos basados en prejuicios, es mucho más peligrosa. El opuesto del odio es el amor. Si el que no vota por Fujimori, no vota por odio, ¿él que vota por ella lo hace por amor? Escrito así, suena disparatado, pero para un núcleo duro, cada vez más fanatizado, amar al líder no es poca cosa. La exigencia del amor implica perdonarlo todo, olvidarlo todo, aguantarlo todo. ¿Quién está dispuesto a ello por un político? Solo quien es un fanático. Quien no tiene capacidad de discriminación o quien no razona. Distinto es quien busca una oportunidad de aprovechamiento personal temporal y que puede cambiar de líder en cada elección. Pero la dicotomía amor versus odio no deja margen a nada. Ni siquiera a la separación de partido, gobierno y Estado. O amas u odias. O estás conmigo o estás contra mí. No hay posibilidades intermedias.La campaña de Fujimori ha sido planteada en estos términos porque el antifujimorismo existe, eso es cierto y necesitaba una respuesta de todo o nada en primera vuelta. Pero ha sido un error mantenerla en segunda vuelta. Saca ventaja PPK. Puede existir un anti libre mercado, anticapitalismo, antiimperialismo –como quiera llamársele– pero no hay un anti PPK como persona, en la misma medida en que sí lo hay contra Fujimori como dinastía. Si a eso se le suma que no hay amor político mayoritario en el Perú y menos aún que pueda perdonarlo todo –al menos no en la relación con el votante– la desilusión puede ser muy rápida.El voto debe ser una elección razonada. No siempre lo es y es cierto que hay componentes emocionales que surgen en el camino. Pero una cosa es admitirlo, y otra, muy distinta, fomentarlo con peligrosos cuentos de todo o nada, odios y amores que solo caben en régimenes autocráticos y totalitarios.