Primero fue Cecilia Chacón. A la cabeza de lista al Congreso por Fuerza Popular la diplomacia solo le alcanzó hasta el 10 de abril. Envalentonada por la abismal ventaja de su partido, al día siguiente de la primera vuelta dio rienda suelta a su honestidad, para contradecir abiertamente el discurso repetido una y mil veces por Keiko Fujimori, y declarar que Alberto Fujimori debía salir de la cárcel «por la puerta grande». Luego fue Kenji Fujimori. El congresista más votado del país debió enfadarse por las palabras de su hermana, que intentando reforzar su imagen de demócrata dijo: «En las elecciones del 2021 no habrá ningún candidato presidencial que se apellide Fujimori». Al benjamín de la familia le faltó tiempo para escribir en su cuenta de Twitter: «Keiko y yo creemos en la alternancia democrática y esa alternancia tendrá que darse también en casa. Sin dirigencias enquistadas». Si ese mensaje no era lo suficientemente claro, con poca sutileza añadió: «La decisión es mía: solo en el supuesto negado que Keiko no gane la presidencia yo postularé el 2021». A la candidata de Fuerza Popular la debe estar atacando por estos días una desagradable sensación de déjà vu. En el 2011 todavía no había apostado como ahora por lavarle la cara al fujimorismo, declarando sus distancias con el pasado autoritario y antidemocrático del partido, que encarna su padre. Pero igual iba bien encaminada, hasta que sus voceros comenzaron a actuar. Comenzó Jorge Trelles, quien intentó relativizar los crímenes de lesa humanidad cometidos en los años 90 diciendo: «Nosotros matamos menos». Lo siguió Rafael Rey, por entonces candidato a vicepresidente. Cuando le preguntaron por el testimonio de una mujer, víctima de la política de esterilizaciones forzadas perpetrada aquella década, bramó: «A Victoria Vigo no la esterilizaron contra su voluntad, sino sin su voluntad». La propia Keiko se dejó llevar por la euforia, y cuando salió a celebrar con sus adherentes el pase a la segunda vuelta, profirió un grito que la persigue hasta ahora, y que seguramente pesó en la decisión final de los votantes: «¡Que se escuche hasta la DIROES!» Las declaraciones de Cecilia Chacón y Kenji Fujimori no parecen tan aparatosas como las de Trelles o Rey, pero han sido duros reveses para la campaña naranja. La primera porque vuelve a desnudar la esencia del fujimorismo histórico, para el que el aggiornamiento de los últimos tiempos no es más que una maniobra puramente cosmética, una concesión desagradable pero necesaria para recuperar el poder. De paso nos recuerda que un gobierno es más que un presidente, y que uno podría llegar a dudar de las intenciones de Keiko (en un momento de debilidad o distracción), pero nunca de las de gentes como Chacón. Todavía más claros son los mensajes de Kenji Fujimori, que debió ser llamado al orden por su hermana. Cercano a su padre, expresan los recelos del preso más célebre de nuestro sistema penitenciario frente a la deriva que está tomando el movimiento que fundó, y a la pérdida de poder que ello le supone. Cada día queda más claro que algunos de los principales escollos para el triunfo de Fuerza Popular están dentro del propio partido, donde el «albertismo» sigue firme, quizá calculando que una mayoría parlamentaria es suficiente para cubrir sus necesidades, y que un triunfo de Keiko terminaría por desplazarlo para siempre, en este pulso familiar por la supremacía.