La extensa y más importante investigación periodística del 2015 es sin duda la de Pedro Salinas y Paola Ugaz, “Mitad monjes, mitad soldados”, que narra graves violaciones a los derechos humanos a ex miembros y aún miembros de SVC (más conocido como el Sodalitium) merece, luego de los reconocimientos iniciales, una lectura más lenta y meditada. Me he tomado la semana de vacaciones para hacerlo. No es lo que se llama una “novela de verano”. Cuesta leerla. Sus explosivas páginas hacen, en una primera parte, un recuento histórico de la vida –o lo poco que se sabe de ella– del fundador Luis Fernando Figari y de la génesis del movimiento, así como de las fundaciones de grupos afines. La segunda parte está dedicada a testimonios que, armados como un rompecabezas, dan cuenta de situaciones personales horrendas, pero que han sido diseñadas, a propósito, para presentar el daño a un colectivo. La reiteración en los testimonios llega a atosigar, pero el propósito de los periodistas es claro. Documentar, hasta la saciedad. Y lo hacen muy bien. Tal vez lo que más me impresiona es el uso y abuso de seres humanos inocentes, buenas personas y con buenas intenciones. Luis Fernando Figari se aprovecha –no encuentro otra palabra– de la Congregación Marianista para infiltrarse en su ex colegio y desde ahí reclutar. Siendo yo también formada por marianistas –como tantos sodálites y ex sodálites– no pude dejar de sentir una enorme rabia por un aprovechamiento que confundió a muchos padres de familia y que fue, visto a la distancia, indebido. Luego se aprovecha de adolescentes con muy poca formación religiosa y les vende un cuento místico que nada tiene que ver con la Iglesia Católica. Los supuestos “poderes” del fundador, el tercer ojo, la hipnosis, los chakras y otras prácticas no eran sino formas para aproximarse a jóvenes confundidos en su sexualidad y violarlos, así de simple. No son pocas las historias en este libro de personas a las que se les decía que iban a pasar una “prueba” y se les desnudaba. Muchos no fueron “seleccionados” pero algunos sí. Figari no solo se metía en el alma, sino también en los calzoncillos de sus monjes-soldados. Y sus abusados fueron luego, a su vez, abusadores. Pero hay otras graves violaciones a los más elementales derechos humanos. El régimen de tortura de la casa de formación de San Bartolo puede haber cambiado, pero existió. Adolescentes que comían poco, dormían poco, se ejercitaban en extremo y eran golpeados sistemáticamente por sus superiores. Órdenes absurdas y la supresión de la propia voluntad y hasta del propio criterio eran parte de esta cámara de horrores. Una escuela militar estaría en un tribunal si hace siquiera algo parecido. La negación de la intimidad, la prohibición de estudiar una carrera profesional y el vituperio permanente a sus propios padres, eran prácticas comunes. Y no sigo porque conozco a muchos que pasaron por ahí y se me parte el corazón. No sabía. Nadie podía hablar de ello. No lo dice el libro, pero agravan todos estos hechos el engaño a los padres. Los que aceptaron de buena fe la supuesta o real vocación de sus hijos apoyaron económicamente a Figari, al cual no se le conoce trabajo alguno. Los padres creían que sus hijos estaban en un buen lugar, seguros, cuidados y orientados por personas que querían su santidad. El fundador focalizó su reclutamiento inicial apuntando a la clase alta limeña. ¿De dónde más iba a sacar dinero, inmuebles y otras donaciones que hicieran crecer el movimiento mientras él cultivaba “el mito del fundador”? No puede inferirse de todos los testimonios, pero a muchos Figari les quitó la fe en Dios, las ganas de creer, de tener siquiera una espiritualidad personal. No entiendo cómo podrá sobrevivir el Sodalitium a su fundador si no toma medidas radicales y las toma ya. No solo por los que fueron sus víctimas inocentes sino porque a partir de ahora todas las potenciales están avisadas. ¿Qué padre de familia puede confiar hoy en ellos si no hacen nada real al respecto?