‘‘No puedes usar sujetador debajo de ese vestido. ¡En el espacio no llevan ropa interior!», le dijo George Lucas a Carrie Fisher, refiriéndose al famoso atuendo blanco con que encarnó a la Princesa Leia en la primera película de «La Guerra de las Galaxias» en 1977. Desde que asumió el rol de «chica Star Wars», Fisher padeció el machismo de la época y fue convertida en inevitable ícono sexual (incluso aparecieron muñecas inflables de Leia). En 1983, el biquini dorado que usó en «El Regreso del Jedi» no hizo más que contribuir a esa imagen de mujer fatal, sobre todo después de lucirlo durante una sesión de fotos para Rolling Stone en una playa de California, imágenes que acaban de ser recuperadas del archivo de la revista y que llevan días siendo viral en Internet. El reciente estreno de «El Despertar de la Fuerza» se ha visto acompañado de absurdas críticas al aspecto de Fisher, quien —harta de leer comentarios imbéciles del tipo «cómo es posible que antes haya sido tan excitante y ahora se parezca a Elton John»— ha suplicado a los fanáticos centrarse en la película. «Los hombres no envejecen mejor, sino que se les permite envejecer», ha dicho la actriz de 59 años, lamentando que su retorno artístico haya sido menos celebrado que el de Harrison Ford o Mark Hamill. El de Fisher, más que envejecimiento, es un deterioro producto de su confesa adicción al alcohol y las drogas (comenzó a consumir cocaína en 1982, durante el rodaje de «El Imperio Contraataca»), y de una vida marcada por el abandono de su padre, dos matrimonios fallidos (el primero con Paul Simon) y el trastorno bipolar, experiencias todas que ella ha parodiado en «Wishful Drinking», su libro convertido en exitoso show unipersonal. Quienes critican las arrugas del personaje ignoran los dilemas de la mujer. La Princesa Leia, chicos, no era tan fuerte como parecía. Felizmente, Carrie Fisher sí.