“Bienvenido a la Republica peruana, donde cada quien hace lo que le da la gana” podría ser el mejor aviso de bienvenida en los puertos y aeropuertos del Perú. Es más honesto advertir al viajero sobre los ignotos riesgos que le esperan. Los precios, nunca son finales. Los servicios, nunca del todo bien definidos. La hora, una “referencia”, no una medida exacta. ¿Existen medidas exactas en el Perú? Uno puede hasta llegar a dudarlo. Hasta la misma vara mide distinto. Ese viajero puede leer que el rector de la universidad más antigua de América ha decidido incumplir la ley y promover una revolución en el nombre de su perpetuidad en el cargo como la cosa más natural del mundo. Y puede advertir que los candidatos presidenciales (algunos) simpatizan con la idea de traerse abajo una buena reforma para los estudiantes y sus padres, para hacer feliz al rector que no le da la gana de cumplir con la ley. Porque en el fondo el asunto es una cuestión de pulsear entre el Estado y “él no me da la gana”. Y en esa bronca el Estado siempre pierde. No abusemos del ejemplo del tráfico, pero advirtamos al recién llegado de que puede ser atropellado por un chofer ebrio en un crucero peatonal, un lugar en donde el peatón se juega la vida creyendo que la luz que le da el pase es una garantía. No, no lo es. Agudice sus sentidos. Debería haber un letrero advirtiendo que la lucha por la supervivencia se juega en cada esquina. Pero si usted es conductor no espere a que los puentes peatonales se usen. ¿Para qué? El peatón peruano cree que siempre será más fácil cruzar velozmente en una vía rápida, en donde los autos están autorizados a ir a 100 kilómetros por hora. El mundo inmobiliario es el reino de la medida inexacta. ¿Cómo me robo treinta centímetros, medio metro o hasta un metro del vecino o de la propiedad pública? ¿Exagero? Saque el centímetro y mida. Claro, si encuentra dos cintas de medir iguales. Y si usted creyó que viviendo en una urbanización con algunas reglas mínimas de construcción estaría a salvo, se equivocó. Los hechos consumados son la regla, no la excepción. Por eso, ¿a alguien sorprende que la Ley de Partidos Políticos tenga prohibiciones que no se pueden hacer cumplir? En el papel, no se puede, bajo ninguna categoría, difundir propaganda política si no es a partir del 9 de febrero. Mire a su alrededor. Ríase. Porque sino tendríamos que llorar. Esos hombres y mujeres que quieren gobernar el Perú ya pintarrajearon hasta los cerros, ya invadieron con su cara cuanto panel han podido. ¿Trucos? Tal vez el del fundador promocionando su universidad –donde César Acuña y José Luna se llevan la medalla de oro y plata– sean la novedad de esta campaña. ¿Y por qué el JNE no hace nada? Sí hace. Multa. Pero las multas no las paga nadie porque los partidos no tienen patrimonio y son, en la práctica, inembargables. Hay una propaganda del JNE que recuerda al votante que los candidatos deben cumplir sus planes de gobierno. Ríase más fuerte. Hasta el último votante sabe que eso es falso. Que nadie va a cumplir nada y todos gobernarán como puedan, lo cual no es mucha promesa. En esto hay que felicitar la sinceridad de Martha Chávez. Ya advirtió que su forzado desembarque de la lista parlamentaria fujimorista no responde a ninguna sincera convicción de Keiko Fujimori, como lo habíamos advertido. Es un truco más. Un sacrificio de fichas en un tablero de ajedrez para ganar la partida. ¿Cuál renovación? Lo importante es dar la apariencia, como todo en el Perú. Lo de fondo, se lo dejamos a los puntuales, a los que observan reglas de tránsito o no construyen sin un permiso municipal. Esos, los que voluntariamente pagan impuestos y cumplen con su palabra. Esa inmensa minoría silenciosa, tan poco representada y tan sufrida que conoce todos los trucos y está harta de ellos.