La expulsión de Martha Chávez, Luisa María Cuculiza y Alejandro Aguinaga de la lista parlamentaria que Fuerza Popular presentará en las elecciones del año entrante ha sido la última maniobra emprendida por Keiko Fujimori para limpiar la imagen que persigue al fujimorismo desde su implosión a fines del siglo pasado, en medio de un escándalo de corrupción, atropellos contra el estado de derecho y violaciones a los derechos humanos, que terminaron con buena parte de su cúpula tras las rejas, incluidos el ex presidente Alberto Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos. Esta estrategia comenzó con la presentación de la candidata presidencial en la Universidad de Harvard, donde estrenó su apoyo a medidas como la Unión Civil y el aborto terapéutico, su condena a las esterilizaciones forzadas cometidas en los años noventa y su reconocimiento al trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Eliminar a Chávez, Aguinaga y Cuculiza, asociados con los peores defectos del fujimorismo, resultaba indispensable para consolidar su viraje al centro, junto con su liderazgo dentro del partido, constantemente disputado por su padre desde su jaula en el Fundo Barbadillo. ¿Acaso es esta la prueba que faltaba de la conversión del fujimorismo en una formación política convencida de las bondades de la democracia liberal, que reniega de las barbaridades del pasado y apuesta por la renovación? ¿O se trata de una pura maniobra cosmética, decidida a partir de varios focus groups, para causar una impresión amable, eliminando a los rostros de la guardia vieja que peores puntajes obtuvieron? Cualquiera que sea la respuesta —todo indica que la segunda opción es la correcta—, parece claro que Keiko Fujimori sigue siendo la única candidata presidencial con unos tiempos bien previstos y una estrategia coherente. A pesar de las premoniciones del publicista Carlos Raffo (que ya demostró su ineptitud como pitoniso varias veces, como cuando dijo: «Si uno más uno es dos, Alberto Fujimori no va a ser extraditado»), todo parece indicar que los cambios en Fuerza Popular no supondrán una merma significativa en su caudal de votos, cuyo piso bordea un cómodo 30%. Con ese cálculo en mano, Keiko Fujimori y sus asesores ahora pretenden reducir las resistencias en otros sectores del electorado, buscando los votos que podrían significar su triunfo en la segunda vuelta. Pronto sabremos qué papel cumplirán en campaña algunas polémicas figuras que sobrevivieron a la purga —como Cecilia Chacón o Luz Salgado, quienes supieron moderar su lenguaje a tiempo—, con cuánta disciplina aceptará la guardia vieja su pase a los cuarteles de invierno, cuántas facilidades dejará Alberto Fujimori a su hija para seguir por este camino. También queda por ver cómo reaccionarán los demás candidatos frente al reto de este fujimorismo dinámico, que mantiene la iniciativa, a pesar de su primer lugar en los sondeos.