Todos hemos sido testigos de los entretelones de las planchas electorales, motivo por el cual hemos sufrido golpes, decepciones, bajoneadas y toda clase de situaciones que, una vez más, nos enfrentan a un panorama de crisis de partidos totalmente descarnado: 19 planchas pegadas con “scotch”, articuladas sobre la necesidad de pasar la valla electoral y armadas como “frankensteins” cuyo valor central radica en seguir con vida a punta de electroshocks. Sin embargo, y a pesar de las candidaturas autoritarias o narcopolíticas, hay una cuota de honestidad más que de cálculo político en algunas candidaturas menores (también las hay “menores monstruosas” dicho sea de paso). Discrepo de varias de ellas y apoyo la de una congresista honesta, pero asimismo y para mi sorpresa coincido con algunas ideas que ha propuesto Alfredo Barnechea en el suplemento Domingo de este mismo diario. Barnechea ha dicho que esta contienda electoral será sobre dos maneras de entender el desarrollo: “un crecimiento fujimorista o autoritario” basado en cuatro ejes: 1) reblandecimiento del Estado; 2) erosión del sector público; 3) idolatría del mercado y 4) privatización sin regulación, ejes a los que se adscriben los cuatro candidatos que están arriba en las encuestas; y un crecimiento “de políticas desarrollistas” que él califica como belaundista. En lo último disiento: en realidad, este segundo tipo de “crecimiento” es el que desde muchos ángulos, sobre todo desde sectores de izquierda, se ha venido a calificar como un “cambio de modelo” centrado en nuevas reglas de juego para las empresas extractivas y en una diversificación productiva que en nuestro Estado actual está representado por el Ministro de la Producción, Piero Ghezzi, al que, desgraciadamente, no le dan el poder que deberían y le recortan las alas a hachazo limpio. Barnechea tampoco aclara cuál será su propuesta en relación con las grandes empresas mineras; solo arguye un “cambio”. Pero sin duda el nudo que diferencia el crecimiento fujimorista o autoritario y el “cambio de modelo” está centrado en la diversificación productiva, el apoyo decidido a la educación de alta calidad junto con el respaldo total a la innovación tecnológica que, en nuestro país, apenas sí se visibiliza a pesar de que la actual directora del Concytec, Gisella Orjeda, hace lo posible y lo imposible por hacerlo. La política de centrarse en la diversificación productiva debe de estar acompañada, además, con una política urgente de protección de los territorios frente al extractivismo compulsivo con un cambio radical de los marcos legales. Es absurdo soslayar las diferencias entre izquierda y derecha. A Ollanta Humala no le ha servido ir diciendo que es “de abajo” cuando, en sus acciones iniciales, se arrodilló frente a los grandes capitales. Es ridículo, como lo ha dicho un querido amigo escritor, decir “yo soy transversal”. La derecha en sus diferentes categorías (narco, colonial, híbrida, lobista) propone continuar con este modelo “tal cual” porque considera que el crecimiento de los pocos en la cima chorreará hacia los muchos de la sima. Falso: en esta hipótesis no se toma en cuenta el choque (léase conflictos sociales) entre dos aspiraciones: la de aquellos que quieren territorios para explotarlos (extractivismo) y aquellos que los necesitan para vivir (indígenas, comunidades, agricultores). Lo que planteamos quienes somos de la nueva izquierda verde es, precisamente, darles prioridad a los segundos: proponer una zonificación económica-ecológica que limite a la minería y al petróleo a ciertos territorios e invertir en educación y tecnología para plantear nuevas matrices energéticas. No todo está perdido en esta contienda: hay candidatos decentes de izquierda, derecha y progresismo, pero no son los que se encuentran en las alturas de las curvas y sondeos. Elevar el debate sobre los estándares de “Esto es guerra” es lo que permitirá a los peruanos pasar de espectadores idiotizados a ciudadanos insumisos.