Partes del vaticinio sobre el año que viene parecen sencillas: menos crecimiento económico, casi un semestre completo con la estabilidad política cero que significan las elecciones, luego un semestre con los efectos siempre algo traumáticos de un cambio de gobierno. No son ni remotamente catástrofes, pero ciertamente son molestias. Para los críticos y descontentos con el actual gobierno, que en las encuestas son una sólida mayoría, el 2016 tiene que ser visto como un alivio. Un gobierno nuevo despierta esperanzas, formalmente cuenta con 100 días de gracia para empezar a mostrar resultados, y unos cuantos más para culpar a la gestión anterior. Después de eso volverá la normalidad, expresada en los problemas que no se pudo resolver: la criminalidad, la conflictividad social, la corruptela administrativa y el déficit de civismo, para mencionar los más visibles. No son asuntos de rápido alivio, de modo que los podemos ir cargando a la cuenta del año político 2016. Probablemente existen medidas a tomar indicativas de que un nuevo gobierno va camino de resolver los problemas más serios. Por ejemplo algo que compense los bajos precios de las materias primas, o algo para que los proyectos extractivos no sean bloqueados por las comunidades. Pero estas suelen ser medidas políticamente costosas. Como la inventiva, la iniciativa y la decisión cuestan, lo más probable es que un nuevo gobierno las ensaye recién cuando haya fracasado el intento de aplicar las medidas estándar aplicadas por anteriores gobiernos. En este sentido un año electoral siempre está hipotecado al año anterior, y corre claro peligro de ser un peor año. Lo que podría mejorarle la cara al 2016 es si los dos gobiernos que lo comparten coinciden en pisar el acelerador social, en la medida de lo posible. Ollanta Humala todavía tiene oportunidades de este tipo, y las está aprovechando. Uno que otro candidato ha ofrecido continuar aspectos positivos puntuales de la actual gestión, algo que debería difundirse. A todas las cábalas anteriores ciertamente hay que yuxtaponerles las opiniones del público mismo, y por cierto que hay optimismo en el ambiente. A comienzos de este mes 71% le confió a Datum su convicción de que el 2016 sería “igual o mejor que el 2015”. Los convencidos de que sus ingresos subirán el año que viene pasaron de 21% a 34%. Parte de este optimismo probablemente tiene que ver con una visión negativa del año que acabamos de vivir. Lo cual es sensato, pues salvo el año poscrisis del 2008, la curva de las cifras sociales en el Perú es ascendente en la mayoría de los sectores. Además de que jamás hay posición oficial pesimista, y eso debe pesar algo en los ánimos.