@recisneros Ver de una vez por todas «El Despertar de la Fuerza» y dejar de sufrir los comentarios sembrados en las redes por maliciosos spoilers que no se compadecen de los fans de «Star Wars» que no hemos podido ver aún el nuevo episodio de la saga. He leído por ahí que muere Han Solo. Espero que se trate de una broma. Festejar con moderación los cuarenta años de mi nacimiento y, al hacerlo, colgar simbólicamente los chimpunes de los viejos desbandes con que antes solía homenajear esa efeméride. Casarme con Natalia delante de un código civil y, dos días después, delante de una gran cruz, y bailar el vals con empeñoso decoro frente a los invitados, y luego brindar con ellos y allí sí ahondar en los excesos con que es menester celebrar los acontecimientos felices que uno juzga definitivos. No votar por Keiko, ni por Alan, ni por Acuña, ni por Urresti, ni por Toledo, ni por Ántero, ni por Belmont, ni por Gregorio Santos, ni por Yehude, ni por Reggiardo, ni por Nano, ni por Julio Guzmán, ni por Verónika Mendoza, ni por los otros pitufos. Ni en primera ni en segunda vuelta. Desconfiar hasta el último día de la campaña del ondulante ppkausismo que llevo dentro como un huésped indeseado; y, en todo caso, ante la eventualidad de dejarme ganar por el escepticismo y el desengaño el día mismo de las elecciones, tener elegidas de antemano las bonitas ilustraciones pornográficas que dibujaré a lo largo y ancho de la cédula. Dar mi apartamento en alquiler esperando que el nuevo inquilino borre el mal recuerdo del anterior: ese gallego voluminoso y desaliñado que convirtió mi preciado cubil de soltero en su chacra o terral, y que —por dar solo un ejemplo de sus descuidos— gustaba de planchar su ropa sobre el sensible escritorio de caoba de mi estudio, hoy arruinado con unas manchas blancas de vapor que parecen una fea constelación de nubes cargadas. Tomar un avión con dirección a la lejana Beirut para atestiguar la boda de mis queridos «habibis» Mónica y Cyril, pero antes aprender algo de francés para comunicarme decentemente con mis flamantes amigos libaneses y así dejar de interactuar con ellos como si fuera un mimo. Eso sí, chicos, no cuenten conmigo para esas coreografías árabes en las que es imprescindible sacudir vientre y cadera y aletear los brazos sin perder armonía. Aunque quién sabe: no hay pudor que unas buenas botellas verdes de «Almaza» no puedan vencer. Hacerme de una importante dotación de tintos jóvenes de la Ribera del Duero para contrarrestar los escasos grados centígrados que promete el invierno español: temperaturas con valores de un solo dígito, producto de no sé qué anomalías recientes dentro de la ya desordenada actividad del Vórtice Polar. Con la misma finalidad, buscar el calor de los espacios cerrados o de las aglomeraciones: ir a museos, estadios y acudir a cualquiera de los conciertos que se anuncian para el año que viene. Cualquiera menos el «Raphael Sinfónico: la Gira». Incrementar las incursiones por diversos barrios de Madrid para apropiarnos de nuevas rutinas, sin renunciar a ciertas costumbres ya adquiridas: las películas en el cine «Yelmo»; las obras en el «Teatro de Canal»; las cervezas en «La Parroquia»; los libros en «La Casa del Libro» o en «Tipos Infames»; las pizzas en el «Mascalzone»; y la compra de víveres en «Carrefour» (salvo las lechugas, que se encuentran más frescas y baratas en la verdulería de ese hombrecito de Bangladesh que dice «buenos días» en su idioma original: «¡Suprabhata!»). Dar trámite a los libros pendientes, empezando por aquellos que en más de una conversación «intelectual» he asegurado que ya leí, y proseguir con los otros que se vienen acumulando en los estantes: Carrere, Salter, Cartarescu, Chirbes, Ford, Piglia y las chicas malas Milena Busquets, Clarice Lispector, Joan Didion. Por último, invertir las mañanas, las noches y las estaciones que sean necesarias en terminar de escribir la novela en la que remonto siglos para excavar los orígenes secretos de mi familia paterna, y esperar que sean los lectores, no los parientes, quienes decreten si hay algo de valor en esas páginas, si se ven reflejados o no en esa historia hecha de mentiras que lleva décadas clamando por ser narrada.