La importancia de lo público es ya un valor asimilado en Medellín, parte del ADN de la ciudad. Su municipio, grupos empresariales y las exitosas empresas públicas municipales, invierten en parques, museos, espacios culturales. Lo que más inspira es que estos esfuerzos están enmarcados en un discurso de ciudadanía, de responsabilidad compartida. Los planes urbanos usan creativas fórmulas para que los constructores dejen a la ciudad espacios públicos. Por ejemplo, el recientemente ampliado Museo de Arte Moderno de Medellín está localizado en una vieja zona industrial en tránsito a volverse residencial y de desarrollo cultural. Es un ejemplo de lo que se puede hacer con un urbanismo creativo, pragmático, que brinda beneficios a los propietarios de los lotes a cambio de invertir en cultura y recreación. La ciudad, además, apuesta por el transporte público. Lo que más impacta de este impresionante desarrollo, que incluye metro y metro-bus, es el esfuerzo por llegar con teleféricos y escaleras eléctricas a las zonas de mayor pobreza en las laderas. Horas ahorradas para ciudadanos que tenían que pasar la vida en transporte de mala calidad. Este año se inauguró la Casa de la Memoria. El esfuerzo combinado del gobierno local, regional, la sociedad civil y la empresa han permitido un espacio dedicado a la reflexión sobre la violencia en el país y de homenaje a las víctimas. Se suma a otros espacios formativos de la ciudad como el Parque Explora o el Jardín Botánico. La Universidad de Antioquia está entre las 650 mejores universidades del mundo (QS University Rankings). Ha permitido desde hace décadas una amplia movilidad social en la región. Si bien tiene muchos de los problemas que afectan a las universidades públicas, el ingreso es meritocrático, su plana docente de alta calidad y su formación muy exigente. El desarrollo de la ciudad va contagiando a su entorno. El gobernador Sergio Fajardo, ex alcalde responsable de muchas de las cosas que comento, ha marcado su gestión con el tema de la educación. El lema de Antioquia es “la más educada”. Apoyo a escuelas, bibliotecas, beneficios e incentivos a los estudiantes, todo enmarcado en un discurso contra la desigualdad y en favor de la construcción de capacidades. No es solo buena gestión. La mayor lección es que estos logros se basan en mucha política: pragmatismo, pactos y tolerancia. Una amplia coalición político-empresarial ha tenido que combatir a fuerzas clientelistas y mafias para avanzar en lo logrado. No es un paraíso. La ciudad todavía tiene problemas profundos: violencia, desigualdad, pobreza, tráfico, racismo. Pero el cambio es brutal, más si lo comparamos con la Medellín de los ochenta. Además de admirarla, Medellín me deprime. Veo en ella lo que Lima, mi ciudad, carece: una urbe donde la palabra planificación es herejía; donde la inversión en cultura es escasa y lo que existe es heroico; donde quienes han gobernado no han logrado, sea por corruptos, ignorantes o incapaces, construir un gobierno local que inspire. Usted, como yo, debe estar harto de que le den el ejemplo de Dinamarca para resaltar que las instituciones importan. La pregunta sobre cómo llegar a Dinamarca puede ser bastante idiota si perdemos de vista que Dinamarca está muy lejos de nosotros, en un contexto muy distinto y es resultado de procesos históricos complejos. Los modelos más útiles para avanzar en la construcción de institucionalidad y buen gobierno, creo, son aquellos en los que el punto de partida se parece más al nuestro, donde las buenas políticas públicas enfrentarán retos y enemigos similares. Para llegar a Dinamarca parece útil pasar por Medellín. “Aunque tarde, libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad”.