El debate nacionalista entre el Papa Noel vagamente nórdico y el Niño Manuelito hispano ya es cosa de un pasado remoto. La propia propuesta de que no hay Navidad sin Jesús, una frase para atajar el consumismo y el comercialismo desatados, ya prácticamente no se escucha. Algo distinto ha ganado todas esas batallas por la tradición, pero siempre no está claro qué es. Hay personas que buscan zambullirse de lleno en la Navidad, y otras que buscan eludirla. Las zambullidas más intensas son de quienes tienen niños realmente pequeños en sus familias, y la idea es contagiarse todo lo posible de esa esperanzada inocencia. Los niños se deslumbran con sus regalos y los adultos comen. Muy pocos rezan. Quienes se pueden dar el lujo eluden estas fiestas viajando, se supone que a lugares donde no los espera otra Navidad, al menos no la suya. Pero eludir a Papa Noel no es fácil: el viaje, y la posibilidad de distanciarse de un sentimiento colectivo exigentes, son en sí mismos regalos. Además, nadie se atreve a ocultarles la fiesta a los niños que suelen acompañar la jornada. La Navidad antigua en el Perú era una confluencia hacia no más de dos estilos. El hispánico en torno de la religión y la medianoche, y más bien austero. El anglosajón en torno de la comunidad y el intercambio. La navidad moderna es cualquier estilo, y cabe en ella hasta el “Jingle Belele” de El General (1995): “El pavo y el jamón yo lo vo´ a devorar /Yo quiero pan yo quiero carne”. Pero en la celebración de un nacimiento la nostalgia es un error, en el que ya nadie cae. Más bien el sentimiento dominante de la Navidad en tiempo real parece ser el de una población que se premia o se celebra a sí misma con objetos y reuniones, y no hay nada reprochable en eso. Salvo que uno crea que las diferencias socio-económicas son inherentes a la Navidad. Al haberse vuelto una fiesta de los objetos, un rasgo adicional de la Navidad moderna es ser una medida de la marcha económica. Son los comerciantes quienes suelen informarnos sobre cómo ha sido la Navidad. Algo así como una Navidad colectiva y abstracta, e indetenible: las ventas de la temporada siempre crecen más que el PBI. A pesar de que la Navidad moderna es irrecuperablemente laica, aquí y en otras partes, al mismo tiempo todas las religiones pueden participar. Una encuesta de Pew mostró hace unos pocos años que en los EEUU 80% de los no cristianos celebran la Navidad. Un caso en el cual la definición misma de la palabra católico está recuperando su sentido de universal.