Por qué no bajas y tomamos un anís, me dijo esa noche. Era tarde y veníamos de haber comido en mi apartamento. Estábamos en la puerta de la casa donde vivía por entonces en Chorrillos. Yo había ido a dejarlo, y estaba algo cansado por la hora, pero cuando me lo propuso, no dudé en aceptar. A lo largo de esa noche, Miguel Gutiérrez me contó muchos episodios de su infancia. Algunos de sus hermanos se habían enfermado y habían muerto, por falta de atención médica. Él había cultivado su carrera de escritor como un intento por contar las historias de su comunidad y de su familia. La literatura era una forma de la compensación y de la solidaridad. La épica de sus novelas se fundaba en la conciencia de los heroísmos anónimos de algunas personas que había conocido. Recuerdo muchas otras conversaciones en congresos, almuerzos en el Dominó, en el café Haití, y reuniones en mi casa. Era una época en la que después de tantos sinsabores y problemas, él estuvo a punto de viajar a Estados Unidos con su mujer de entonces, Esther. Luego de aquella época, conoció a Mendis, quien lo acompañó y sostuvo maravillosamente durante los últimos años. Lo noté en las conversaciones con él, hablando de libros y de nosotros mismos. Las amistades son relaciones complejas y misteriosas. Nunca podemos predecir su curso, y en algún momento, hace algo más de diez años, nuestra relación se interrumpió para dar lugar a una prolongada distancia. Solo en los últimos tiempos volvimos a encontrarnos. La última vez que lo vi fue en diciembre, en el Hay Festival de Arequipa. Allí el encuentro fue cariñoso, y por un momento pensé que podríamos tener la conversación postergada por las distancias. Todos somos un paquete de secretos y contradicciones. Un escritor, sin embargo, si lo es de veras como lo era él, siempre ama la vida porque cree en el lenguaje, es decir, en la capacidad de comunicación entre los seres humanos. Su obra, compuesta por títulos tan variados como Babel, el paraíso, Poderes secretos (alrededor del Inca Garcilaso) y La violencia del tiempo, es un ejemplo de esa capacidad de escribir desde distintas perspectivas bajo una mirada marcada por sus lecturas de Dostoievski. Su militancia política nunca le impidió admirar a los personajes aristocráticos de Proust, y en las muchas jornadas que compartí con él en un viaje a Alemania en los años noventa, fui testigo de cómo su humor siempre aparecía para matizar su visión del mundo.Entre sus múltiples aficiones estaba la del box y podía seguir una pelea por televisión hasta el final, pidiendo que no lo interrumpieran. Era un orador magnífico en los congresos donde recordaba las novelas peruanas que lo habían formado y recuerdo su descripción de la “prosa solar” de Ciro Alegría. Algunos de sus mejores ensayos literarios aparecen en Celebración de la novela (Peisa) que presentamos hace exactamente veinte años. Sin él y sin Oswaldo Reynoso, estamos un poco más solos. Sin embargo, un escritor nunca nos deja del todo pues se ha encomendado a las palabras, esas marcas de la inmortalidad, que hemos desarrollado para luchar contra la muerte. Es esa vida en su lenguaje la que nos va a acompañar a pesar de las ausencias. ❧