Fujimori y Kuczynski inauguran la segunda vuelta debatiendo a distancia sobre seguridad ciudadana, terreno en el que compiten por ver cuál de los dos es el alguacil más duro. Fujimori habla de pena de muerte para violaciones infantiles y Kuczynski de castigos acumulativos para delitos penales. Los dos han tachado de su lista de prioridades los temas del modelo económico y la minería, porque en eso no tienen cómo diferenciarse uno del otro. La segunda ronda empieza como si la primera nunca se hubiera producido, como si no hubieran estado allí Verónika Mendoza y el Frente Amplio ni Alfredo Barnechea ni hubiera habido un apoyo sobrecogedor en Cajamarca por Gregorio Santos. Como si ese tercio del Perú, mayoritariamente provinciano —el escenario donde el modelo económico causa más daño y donde la actividad minera es más destructiva—, nunca hubiera rechazado ese modelo ni la voracidad de esta actividad. Debido a ello, el modelo económico seguirá creando problemas, la brecha social seguirá creciendo, las fluctuaciones del mercado minero seguirán marcando nuestra economía, las provincias seguirán rezagadas, la molestia de los movimientos antimineros crecerá y el Perú seguirá siendo un país que cruza los dedos para que no lo destruya el siguiente maretazo económico mundial: la simple subida del dólar o la simple bajada del precio de los minerales. La elección ha sido una oportunidad perdida. Los defensores de la democracia dejarán a Fujimori una vez más en la sala de espera, pero el esquema económico fujimorista seguirá gobernando a través de sus otros agentes.