Hay algo tranquilizante en estos días de tensión electoral: saber que hay un sector de la sociedad que actúa distinto a como se reaccionaba treinta, veinte, incluso diez años atrás. Antes, pienso en la época de dictadura, denunciar era peligroso: había numerosas técnicas de distorsión, censura o amedrentamiento y pocos espacios democráticos en donde cobijarse. Derrotado el fujimorismo, la mayoría de peruanos sintió que no podía volver a poner en riesgo su derecho a la opinión y la protesta. Con los gobiernos de Toledo, García y Humala, los peruanos interesados en discutir de política hicieron sentir su presencia: el menor indicador de corrupción y populismo se convirtió en escándalo gracias a una postura fisgona, alerta, crítica y suspicaz. Lo que el gobierno ocultó por interés, y la prensa calló por descuido o cálculo, fue denunciado siempre por ciudadanos sin gremio ni tribuna. En esta campaña viene ocurriendo algo parecido. Contar con aspirantes a la presidencia tan mediocres y anodinos desmoraliza, pero de esa moral cansada surge el deseo de desenmascararlos definitivamente, como para que sepan que no es tan sencillo pasar por encima de los electores informados. Por eso una usuaria común de Facebook llamada Sandra Rodríguez es capaz de denunciar el descarado plagio en la tesis doctoral que César Acuña defendió en la Universidad Complutense de Madrid, y con eso poner en serios aprietos al político millonario que se precia de impulsar una educación «distinta». De paso, nos da a todos una clase maestra de cómo fiscalizar sin salir de casa. A los candidatos habría que recordarles que hoy los peruanos podrán tener incertidumbre, pero no miedo. Hace tres décadas, cuando la cosa se ponía fea, la gente no levantaba la voz: se escondía para protegerse o se marchaba del país. Ahora es al revés. Nos protegemos hablando, destapando, escribiendo, discutiendo, recordando. Hemos aprendido. Quizá no tanto, pero algo. Ya vivimos lo peor. Ya no somos los mismos.