La candidata de la discordia

Los concursos de belleza -y no es novedad decirlo- son sólo un vehículo más de cosificación de la mujer y de ninguna manera la mujer peruana está representada en ellos”, Dayana Valenzuela es una joven peruana que, aunque nació en un cuerpo masculino, supo siempre que era una mujer y, por tanto, luchó toda su vida para que su sexo biológico y su identidad de género coincidieran. Lo logró, al punto que hoy su DNI consigna el sexo que le corresponde. Su mayor sueño –lo ha dicho– es convertirse en Miss Perú. Y esta semana, desde que Jessica Newton, la perpetua presidenta de la Organización Miss Perú Universo, la presentó como aspirante a candidata, Dayana ha sido el centro de un debate que giró en torno a una pregunta por demás estúpida: ¿Debe o no debe representar una mujer transgénero a la mujer peruana? Por supuesto, todo el mundo vio la oportunidad de meter el hocico y opinar sobre algo que las reglas de ese concurso, en su versión internacional, han zanjado hace un buen rato, desde que, el 2012, la canadiense Jenna Talackova (antes Walter Talackova) hizo historia al entablar una batalla legal para ser admitida en el concurso Miss Canadá Universo, cosa que finalmente logró, pese a la oposición del mismísimo Donald Trump, cuya homofobia es harto conocida. Pero en el Perú, donde siempre vivimos unos cuantos siglos…, perdón, lustros de atraso, el debate en las redes sociales tuvo giros que hubieran sido ridículos si los comentarios –muchos de ellos extremadamente crueles– no reflejaran una tremenda insensibilidad frente a las personas que han tenido que construir su identidad femenina en medio de los embates de la homofobia más extrema. Por ahí, una frustrada expostulante al concurso local llegó a decir que no se sentía representada en Dayana, porque era un concurso para “mujeres”. Otra sugirió que ella debería participar en concursos para “gente transgénero”. No faltó quien, en su ignorancia y desprecio por los derechos de las minorías sexuales, llegó a decir que un hombre no podía representar a las mujeres, cuando decirle “hombre” a un transgénero lleva la misma carga ofensiva que decirle “niger” a un afroamericano, algo que nadie se atrevería a hacer en los Estados Unidos sin ir preso. El verdadero punto, sin embargo, no es si Dayana Valenzuela representa a la mujer peruana, sino si la mujer peruana está representada en este concurso anacrónico y sexista, que solo se sustenta en la exhibición de caras bonitas y cuerpos firmes, como si aquellos fueran los únicos valores que puede exhibir una mujer del siglo veintiuno. Porque, seamos francos, el segmento de “entrevista personal”, que tuvo que incluirse en los años ochenta ante la avalancha de críticas por la superficialidad de la imagen femenina que trasmitía el concurso, nunca pasó de un saludo a la bandera y nadie recuerda un solo discurso memorable de ninguna “Miss”, salvo los dislates que han soltado algunas, como aquella inolvidable frase de que “Confucio es ese chino que inventó la confusión”. De otro lado, el Miss Universo, como todos los concursos de su tipo, sigue reproduciendo la imagen de la mujer como un pedazo de carne o un simple objeto de consumo masculino, una visión peligrosa en estos tiempos en los que se vive una verdadera pandemia de violencia de género. Y, sí, me decepciona un poco que, para Dayana, después de todo lo que ha hecho para verse como la mujer que siempre se sintió, el sueño de su vida sea competir en ese certamen tan venido a menos (los índices de audiencia en los Estados Unidos son cada vez menores en comparación con décadas pasadas), cuando muy bien podría aspirar a roles que destaquen más su intelecto o su espíritu de lucha, algo que sin duda posee. Lo cierto es que la inclusión de Dayana y, el año pasado, de una joven de talla grande, no son más que una forma de utilizarlas para publicitar un concurso que, de otra manera, ya no daría de qué hablar. La prueba es que, finalmente, quienes ganan son aquellas jóvenes que se ciñen (cirugías mediante o no) a los patrones estereotipados de belleza que impone la corporación Trump. ¿Cultura general? Ja. Los concursos de belleza –y no es novedad decirlo– son solo un vehículo más de cosificación de la mujer y de ninguna manera la mujer peruana está representada en ellos. Por eso, si tuviéramos que decir qué mujeres nos representan, tendríamos que mencionar a Inés Melchor (campeona de atletismo) o Deysi Cori (campeona de Ajedrez) o a tantas otras que trabajan en el campo de la ciencia, la tecnología y la cultura, y no a alguna curvilínea jovencita cuyo mayor esfuerzo sea llevar con gracia un traje de baño.