El caso de Korina Rivadeneira, la joven venezolana que –por alguna curiosa razón– se ha obsesionado en quedarse en este país del que ya muchos quisieran huir, ha despertado a ese pequeño Donald Trump que muchos peruanos llevan dentro, ahora que nuestro crecimiento económico nos hace alucinarnos algo así como los Maldini de América Latina cuando, en realidad, apenas llegamos a los Gonzales. De pronto, sin recordar que hace unos añitos nomás éramos nosotros quienes tocábamos las puertas de países algo más avanzados que el nuestro para huir de la hiper inflación, el terrorismo y los discursos del García joven, medio país se dedicó a linchar a la muchacha, porque dizque, para poder quedarse, falseó información y contrajo un matrimonio aparentemente armado con un popular ex corredor de autos que encontró su auténtica vocación mostrando sus pectorales en un reality. Hasta el ministro del Interior, a quien imaginábamos concentrado en librar al país de marcas y sicarios, se puso a tiro de los titulares faranduleros saliendo a prometer que aquel tremebundo elemento antisocial venido de tierras llaneras sería expulsado ipso pucho de nuestro sagrado territorio por haber incumplido las –aún más– sagradas normativas migratorias de esta hermosa tierra del sol. ¿Normativas migratorias? Claro, las mismas que Donald, el malo, decidió que debían imponerse en los Estados Unidos sobre cualquier otra consideración humana, y así tener pretexto para expulsar a patadas a todos los marroncitos que llegaron a ese país buscando un futuro y, de paso, construir un muro que dividiera la tierra prometida –es decir, EEUU– de México (país que, ya sabemos, en su mente brillante llega más o menos hasta Chile). Porque, seamos honestos, ¿cuántos millones de peruanos se quedaron en los Estados Unidos teniendo solo su visa de turista? ¿Y cuántos aplicaron a la famosa visa con mentiras, sabiendo que, si decían la verdad –sí, señor agente de Migraciones, viajo a EEUU para ver a mi mamá, a mi papá y a mis hermanos, que viven allá veinte años y, de paso, a ver si me liga una chambita– les cerraban la ventanilla en las narices? Y no hablemos solo de los Estados Unidos. En los tiempos de angustia, millones de peruanos se desperdigaron por el mundo buscando un futuro (más o menos lo que buscan los cincuenta mil venezolanos, entre ellas Korina, que han llegado a nuestro país en los últimos meses) y tocaron todas las puertas habidas y por haber, entre ellas las de Venezuela, ese país que entonces nadaba en la riqueza petrolera que luego el chavismo dilapidó. Y, por ironías del destino, fue Venezuela el país que nos abrió más generosamente los brazos, porque hay que ver cómo fueron tratados los que llegaron a Argentina, Chile o hasta Bolivia, donde hasta hoy muchos de nuestros compatriotas son vistos como indeseables y, por mucho boom gastronómico del que alardeemos, siguen siendo, en esos países, una especie de verruga migratoria. Es probable que Korina haya falseado información (más o menos como los peruanos que mienten para poder acceder a su green card). Es probable que haya pasado demasiado tiempo sin regularizar su situación (más o menos como tantos peruanos que se pasan décadas de ilegales en EEUU, porque no cumplen con todos los requisitos). Es probable que su matrimonio haya sido apresurado por necesidades migratorias (más o menos como cuando tu prima o tu tía tuvo que desembolsar diez mil dólares para casarse con un gringo y poder quedarse en yanquilandia). Son probables muchas cosas, pero lo cierto es que la ñaña no es ninguna delincuente peligrosa y el ensañamiento que despierta no tiene que ver con formalidades migratorias, sino con que hoy nos sentimos los papirriquis de Latinoamérica, con derecho a cerrarle la puerta a todo aquel que no nos gusta, y Korina no nos gusta, porque es joven, es bella, es popular, pero no se distingue demasiado de sus miles de compatriotas que están llegando como refugiados de una autocracia impresentable y que se ganan la vida de meseros, comerciantes o cobradores de combi. En lugar de lincharla, haría bien el gobierno en revisar las leyes migratorias y establecer filtros menos duros para aquellos hermanos que hoy necesitan de nuestro apoyo, como un día lo necesitamos nosotros.Porque, ojalá, la estabilidad económica nos dure para siempre. Como bien lo saben hoy los venezolanos, la suerte de los países cambia. Esperemos que un día no seamos nosotros las Korinas que estemos tocando la puerta de cualquier otro país para buscar chambita en lo que sea (hasta en un reality televisivo, si el físico nos lo permite).