Para algunos hombres, todo en la vida es cuestión de tamaño: piensan que el éxito es tener el auto más grande; se sienten más viriles cuando (creen que) tienen el miembro más grande; juran que aman más cuando entregan los regalos más grandes. En fin, un largo etcétera de alardes testosterónicos que casi siempre tienen, como real o virtual destinataria, a una mujer.Y hay algunas mujeres que, en efecto, suelen preferir al macho que las corteja billetera, miembro o regalo gigante en ristre, elección tan respetable como cualquier otra, sobre todo si la dama en cuestión es de quienes piensan que el amor, como todo bien, se rige por las leyes del libre mercado.Pero hay también mujeres cuya confianza en el sexo opuesto es tan frágil –sea a raíz de malas experiencias o de consejos maternos que las marcaron de por vida– que piensan que el tamaño de un regalo masculino es directamente proporcional, no al tamaño del amor, sino al del sentimiento de culpa del hombre que lo entrega.Desde esa lógica descarnada, ya podemos deducir el tamaño de la culpa que cargaba el jovencito que flores y peluche gigante en mano, esperó infructuosamente a su amada, en la estación Angamos del Metropolitano, convirtiéndose, de paso, en motivo de grandes discusiones en las redes sociales y objeto de una de las formas más indeseables de “solidaridad”.Ante todo, hay que reconocer las agallas del muchacho (cuyo nombre, según se supo luego, es Carlos Solís) que, cual impertérrito bombero del amor, se enfrentó sin pestañear a la nube de curiosos que lo fotografiaban, grababan y cuchicheaban alrededor de él, esperando el desenlace que, como todos sabemos, fue triste: el pobre peluche gigante quedó desairado y, de la mano de su comprador, se marchó suspirando por las calles angustiosas del amor… embutido en un taxi. Pero lo terrible vino después, cuando en las redes sociales comenzaron a aparecer expresiones de “apoyo” al muchacho y, pronto, ataques furibundos a la jovencita que no apareció. En una descarga rabiosa de machismo y furia, los insultos fueron creciendo, como si al no llegar al encuentro del peluche, ella hubiera ofendido el honor de todo el género masculino. Con esa rapidez que tienen las lacras mentales para esparcirse, apareció el curioso título de “soldado caído”, que pretende dar tinte de heroísmo a la patética actitud de aquellos hombres que, ante el rechazo femenino, reaccionan con rencor y afán de revancha (el caldo de cultivo de todos los feminicidios y delitos de género). Primero fue un anuncio en Dilo sin roche, una popular página de Facebook cargada de misoginia, mediante la cual Jhor Macedo Camargo, algún “soldado caído” atrapado en su rencor al género femenino, escribía un mensaje de siniestra connotación: “MAÑANA le reventamos el inbox a la mocosa por atorrante, crearé un spam para todos atacarla. No hagan nada todavía”. Poco después, el mismo sujeto se vanagloriaba de haber conseguido la verdadera cuenta de Facebook de la joven, sin mencionar que se trataba de una menor de edad que, durante las siguientes horas, sufrió un vendaval de insultos y ataques. Casi inmediatamente, apareció una página de Facebook denominada Crucifiquemos a la chica del peluche, donde una sarta de desadaptados prácticamente incitaban al feminicidio, dejando al descubierto nuestra espantosa costra de misoginia. El discurso común a la mayoría de comentarios era que no vale ser hombre bueno, porque todas las mujeres, invariablemente, prefieren a los malditos. Aquí algunas frases –ni siquiera las peores– que grafican muy bien la mentalidad que dejaban al descubierto los ataques:“Q’ estúpido. No sabe q’ a las mujeres hay q’ tratarlas mal, a ellas les gusta eso… (Gollumnova Gollumnov) “Seguro que no se la cogió aun y se fue donde el otro” (José Luis)“Tranquilo campeón ellas prefieren a los pirañas mototaxistas y al brayan” (Jimmy Jhonatan) “Pero si a las mujeres no les gustan los chicos lindos ni amables, menos detallistas, a ellas les gustan los mujeriegos los perros los borrachos…” (Sigfredo Fernando Simon Chávez).Lo que quedó claro es que, ante un hecho que no debió ser más que una simple anécdota, la gente no trató de obviar el tema (que no les concernía), ni siquiera de entender la situación, sino que se puso a atacar inmediatamente a la mujer y culparla por no aceptar un peluche gigante que ella no había pedido.Si hasta hoy los peluches no eran más que los cursis portadores de alergias y ácaros, a partir de este triste episodio son el símbolo de una imposición infame que podría resumirse así: si un hombre se porta mal, pero luego te trae un peluche del tamaño de su colchón, es inaceptable que no lo perdones.Aunque después no sepas qué demonios hacer con el peluche… ni con el hombre.