Por Armando Mendoza Un tema frecuente en el debate económico de hoy es el referido al peso de las micro y pequeñas empresas (mypes), y las posibilidades que ofrecen para nuestro desarrollo económico y social. Lamentablemente, una mirada objetiva a ese sector muestra que no todo lo que brilla es oro. El discurso sobre los “emprendedores”, y como cada micro y pequeño empresario es un “Bill Gates cholo” en potencia, es simpático, pero –romanticismos aparte– en realidad la enorme mayoría de mypes son simplemente producto de la necesidad de quien no cuenta con empleo decente y tiene urgencia de parar la olla hoy. Así, muchas mypes son mecanismos de supervivencia mal llevados que, además, enfrentan un entorno hostil de trabas burocráticas, costos elevados, tecnología inadecuada, etc. Por ello, no sorprende que estos emprendimientos tengan una elevada mortalidad: acorde a Copeme, el 70% desaparecen antes de cumplir 3 años de vida. Asimismo resulta crítica la baja productividad de estas unidades económicas. Una evaluación de la Comisión Economía para América Latina (Cepal) sobre mypes latinoamericanas arroja cifras demoledoras para el Perú: la pequeña empresa nacional tiene una productividad equivalente a apenas el 16% de la que registran las grandes empresas. Para peor, este porcentaje es uno de los más bajos, no solo respecto a países europeos sino también respecto a otros países de la región (véase gráfico). Aunque la metodología de la Cepal pueda ser discutible, la baja productividad relativa de las mypes frente a la gran empresa es una cuestión crítica, si consideramos que en nuestro país representan al 98% de las empresas existentes y proveen 7 millones de empleos. Así, una mirada realista sobre lo que pueden y no pueden ser las mypes exige reconocer que solo una fracción tiene posibilidades de perdurar y prosperar, y que desarrollar políticas masivas e indiscriminadas de apoyo no es necesariamente la mejor opción, ni social ni económicamente. Pero, de igual manera, resulta inaceptable que en el discurso oficial las mypes figuren, demasiado a menudo, solo para el saludo a la bandera, mientras la atención se concentra en beneficiar a la gran empresa formal. ¿Qué hacer, entonces? No inventar la pólvora, sino aplicar recetas de sentido común, ya discutidas hasta el cansancio: encarar los problemas que aquejan a las mypes en áreas críticas como formalización, capacitación técnica, acceso al crédito, apoyo para búsqueda y entrada a nuevos mercados, etc., con un esfuerzo sostenido del Estado. Asimismo, fundamental es el fortalecimiento de mecanismos de asociatividad y cooperación, que permiten acumular y combinar recursos y elevar la productividad. Por supuesto, eso choca con los cegatos ideológicos, para quienes cooperativismo es “comunismo”, pues mientras en otros países el fomento de la cooperación entre las mypes es fundamental, aquí sigue mandando el trauma de los 70 y el trillado “¡eso es velasquismo!”. Ello tiene que cambiar, pues un sector que representa la subsistencia de millones de peruanos necesita políticas estatales de evaluación y apoyo por encima de ideologismos y buenos deseos, porque, en el tema de las mypes, hay, emprendedores, mucho, muchísimo que hacer.