Por José I. Távara Profesor de la PUCP Algunos de mis colegas vienen emulando a Nouriel Roubini, el destacado economista que anticipó la última crisis en Estados Unidos, con predicciones sobre la evolución futura de nuestra economía. Antes se limitaban al año siguiente, pero el domingo pasado, Bruno Seminario presentó un escenario con pronósticos de crecimiento del PBI hasta el 2021 (publicado en el suplemento Domingo de La República), en el que afirma que incorporan los efectos esperados del ciclo económico, los cambios en la demografía y la geografía económica, y las consecuencias del cambio climático. Sus proyecciones son optimistas –la economía crecería a una tasa promedio anual del 5.2% hasta el 2021–, pero también despiertan algunas dudas. Como es natural, las cifras se refieren a cantidades, no a calidades, y no queda claro en qué medida reflejan el tipo de país y de sociedad que seremos en los próximos años. No sabemos si se agravarán las desigualdades y deficiencias observadas en salud, educación y desarrollo tecnológico; así como en el transporte, el sistema tributario, la regulación y la gestión pública, por mencionar las más evidentes. Las proyecciones se basan en el desempeño pasado de la economía, pero es difícil aceptar el supuesto implícito de que el crecimiento económico es independiente del desarrollo institucional. El valor de lo producido depende también del tipo de sociedad. Cuesta mucho imaginar, por ejemplo, cómo enfrentaremos los desafíos del cambio climático, las revoluciones tecnológicas y el desarrollo regional, con el tipo de universidades que tenemos, con el reducido tamaño fiscal del Estado y con la precariedad de las políticas y la gestión pública que observamos en distintos ámbitos. En un ensayo reciente sobre el futuro del capitalismo, John Kay destaca los procesos de experimentación, descubrimiento e innovación, así como los beneficios asociados a la difusión del poder económico y político, como las principales fortalezas de los sistemas de mercado en los países más ricos. Estos países han evitado la concentración excesiva del poder económico afirmando el pluralismo económico y la igualdad de oportunidades en sociedades abiertas y dinámicas, con una combinación inteligente de tributación, regulación y otras políticas públicas. En contraste, en el sistema de mercado adoptado en el Perú, las oportunidades existen, pero no llegan a todos, hay mucho talento desperdiciado. En algunas políticas, como en competencia, innovación y desarrollo productivo, estamos como en el siglo XIX. En general, la economía y la política han estado dominadas por la apropiación de las rentas y la riqueza natural (o la creada por terceros) –explotación de recursos naturales, estatización o privatización de empresas, obtención de sinecuras en el sector público– y por los intereses de los grupos económicos establecidos. Es difícil anticipar lo que ocurrirá con las políticas públicas en los próximos años, pero una mirada al proceso político no da lugar a mucho optimismo. Pascal afirmaba que el último paso de la razón está en reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan, y advertía que la gente ordinaria tiene la capacidad de no pensar en aquello en lo que no desea pensar. Algunos economistas reconocemos los límites de la razón y, por cierto, no creemos ser gente ordinaria. ¡Pero cómo nos gusta la bola de cristal!