En contraste con los países ricos, donde la mediana empresa emplea a una proporción elevada de la población, en el Perú la población activa ocupada en empresas medianas (de 11 a 100 trabajadores) solo representa el 10% del total, mientras que el porcentaje ocupado en la pequeña empresa (10 o menos trabajadores) es del 75%, y en la grande (101 o más) es del 15%. La gran empresa genera el 52% del valor agregado y la mediana solo el 16%. Son cifras para el año 2007, pero no deben haber variado mucho. Ellas confirman la hipótesis de “el medio ausente” –missing middle–, según la cual los países no logran desarrollarse precisamente por el carácter raquítico de su estrato de empresas medianas. El discurso de los grupos de poder enfatiza “la tramitología” y los “sobre costos laborales”, que inducen a las pequeñas empresas a operar en la informalidad, lo que frena su evolución hacia empresas medianas. El argumento no es convincente en un país con salarios tan bajos, que “compensan” cualquier “sobre costo”. Varios estudios muestran que la informalidad disminuye en períodos de expansión, y cuando mejora la supervisión estatal. Pero la vasta extensión de la informalidad y la debilidad del “estrato intermedio” se explican por un tipo particular de crecimiento, con agudas brechas de productividad entre estratos y sectores. El valor agregado por trabajador en la gran empresa es 8 veces mayor que en la pequeña. Y en minería es 48 veces mayor que en agricultura. En contraste con los “tigres asiáticos”, cuyo dinamismo tuvo su origen en la acumulación de capital y la innovación en sus sectores artesanales, cuyos mercados se extendían para atender las demandas de las élites, en el Perú las empresas pequeñas y artesanales no han tenido el soporte requerido para innovar y acumular, y su oferta productiva ha estado divorciada de los patrones de demanda de los grupos empresariales dominantes. Por eso es raquítico el “estrato intermedio”. Gran obstáculo y desafío para la diversificación productiva.