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Domingo

La hora de las izquierdas indigenistas

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La hora de las izquierdas indigenistas, por José Rodríguez Elizondo. Foto: LR.

Según un pensador olvidado, los escritores pasan sus vidas mostrando variables de un mismo tema. No estoy totalmente en desacuerdo. Y si tuviera que responder por una monomanía, confieso que he escrito kilómetros sobre la tormentosa relación entre la democracia y las izquierdas en América Latina… y sigo en la brecha.

Mi marco actual parte con la alternativa allendista/castrista, cuando nuestras izquierdas debieron optar entre seguir compitiendo por el poder político (vía pacífica) o tomar los fusiles para conquistarlo (vía revolucionaria). A partir de ahí, detecto tres variables encadenadas: 1) crisis de las izquierdas democráticas con auge de las dictaduras militares, 2) renovación de las izquierdas en una constelación de sistemas democráticos y 3) crisis de las izquierdas renovadas con debut de las izquierdas antisistémicas, refundacionales o indigenistas.

Dado que las dos primeras variables ya son historia, me concentro en la tercera, que está en la dura coyuntura. Divide et impera Tras la debacle de los partidos políticos, el trío izquierdas/centros/ derechas dejó de ser lo que era. Por eso los ultras de derechas y de izquierdas hoy suenan tan parecidos. Como efecto inmediato, el sistema democrático regional ya no tiene quién lo defienda de manera eficiente.

Está cayéndose de la cornisa y algunos piensan que, para salvarlo, debiéramos habilitar gobiernos de unidad nacional, con un programa que antes habría sido un puñado de evidencias: reducción de las desigualdades socioeconómicas, integridad del Estado, indivisibilidad del territorio propio, independencia colaborativa de los poderes públicos, normalización de la relación civil-militar, mejor relación posible con los países vecinos, igualdad ciudadana ante la ley, aplicación de los derechos humanos y cultura de la alternancia.

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El problema es que las nuevas izquierdas se han autosincerado como minoritarias y asumen que la unidad nacional no les permitiría prevalecer. El fracaso de los guerrilleros castro-guevaristas, el esperpéntico sandinismo conyugal, los millones de emigrantes del chavo-madurismo, son disuasivos demasiado potentes en un estado nación democrático. Desde esa realidad, sus dirigentes han producido una estrategia audaz: antes que enfrentar a una nación unida en la pluralidad de sus componentes, prefieren dividirla en una pluralidad jurídico-constitucional de naciones.

Por la dinámica de los hechos esa plurinacionalidad generaría fuerzas centrífugas que debilitarían al “Estado nacional opresor”… y ahí estarían ellos. La nueva clase Es el viejísimo tema de dividir para reinar, que ya estaba en la mente de Lenin por lo menos desde 1914. Aludiendo a los que llamaba “Estados abigarrados”, propios de los imperios en guerra, dictaminó que el derecho de las naciones a su autodeterminación implicaba el separatismo.

Agregaba que, “sin jugar a definiciones jurídicas”, ese proceso debía ser funcional a la revolución proletaria y concluir con la formación de estados nacionales independientes. Lo complicado, para los plurinacionalistas actuales, es que la economía posindustrial y la implosión soviética liquidaron la posibilidad de una revolución socialista con base obrera y los comunistas chinos hoy están compitiendo con éxito en todos los mercados.

De ello habrían sacado cuatro conclusiones “revisionistas”: 1) ya no cabe soñar con la utopía marxiana sobre un porvenir radiante con base obreroindustrial, 2) una revolución de nuevo tipo exige una nueva fuerza social marginal, 3) esa fuerza está en los pueblos originarios de la región, desde inicios de las repúblicas y 4) el principio del “buen vivir” arcaico, propio de esos pueblos, debe imponerse a los desmadres del consumismo neoliberal y antiecológico.

Lo señalado exigía rebobinar la historia, desconocer los héroes y emblemas nacionales, tolerar todo tipo de desfogues destructivos, soslayar la violencia subversiva, reconfigurar los mapas y reemplazar el singular interés nacional por los plurales intereses identitarios. En síntesis, la plurinacionalidad debía aprobarse como fase previa a la refundación. Modelo altiplánico Aunque imperfecto, el modelo existía. Estaba a medio desarrollar en el Estado Plurinacional de Bolivia, con base en la hegemonía demográfica de los pueblos indígenas y en la autopercepción de Evo Morales como legatario -diríase que por default- de Fidel Castro y Hugo Chávez.

Los éxitos que se autoadjudicaba Morales estaban a la vista. Emergió como líder indígena con el apoyo de la población indígena, se mantuvo en el poder por más tiempo que sus predecesores, instaló una Constitución que hizo de Bolivia una nación de naciones y, además, le permitió desconocer unilateralmente tratados internacionales vigentes.

Así como Castro delegó en el politólogo francés Regis Debray la escritura de su proyecto guerrillero continental, Morales encontró su intelectual funcional en su exvicepresidente y sociólogo Álvaro García Linera, quien le compuso y exportó las tesis principales del modelo.

Están en su libro Comunidad, socialismo y estado plurinacional, de 2015 y son las cuatro siguientes: 1) Los indígenas son la fuerza motriz de la construcción del estado plurinacional y articulan el bloque histórico revolucionario. 2) Lo que hoy importa son los continentes, pues cada país por sí mismo no es nada, 3) el socialismo debe ser reivindicado y supone una guerra social total y 4) ninguna constitución política ha sido de consenso.

Lo paradójico es que estas tesis supranacionales tenían un condicionamiento previo estrictamente nacional: la cesión de “un pequeño espacio soberano”, para que Bolivia pueda resolver su tema marítimo. Resumiendo Las izquierdas plurinacionalistas, refundacionales e indigenistas que hoy comienzan a prevalecer, ya tienen una constitución afín en Ecuador y ahora tratarán de captar las simpatías de Gustavo Petro, exguerrillero y presidente electo en Colombia.

Antes, en diciembre pasado, Morales quiso promover el modelo a nivel continental, en el Cusco, pero fue bloqueado por los más distinguidos diplomáticos peruanos. Estos lo acusaron de querer desmembrar al Perú para obtener litoral marítimo vía comunidades aymaras. En Chile, ignorando sus autoridades que aquello implicaba liquidar el tratado de 1929 -que garantiza la contigüidad geográfica peruano-chilena-, está en trámite una constitución que recoge las tesis plurinacionalistas de García Linera.

Visto lo cual, creo que alguien debiera tuitear algunos pensamientos del peruano José Carlos Mariátegui, el marxista indigenista mayor. Por ejemplo, aquel que advierte contra pasar del prejuicio de la inferioridad de los indígenas al extremo opuesto: “el que la creación de una nueva cultura americana será esencialmente obra de las fuerzas raciales autóctonas”. Imagino que para muchos sería sorprendente.