En medio de una campaña electoral tan polarizada y con tanto en juego, las encuestas de intención de voto se han convertido en una herramienta fundamental para medir el caudal de adhesiones con los que Pedro Castillo y Keiko Fujimori llegarán al decisivo domingo 6 de junio.
La mayoría de encuestadoras realizan el trabajo de campo de manera presencial. Pero hay una metodología en particular que ha resultado ser una novedad en el país y que, al mismo tiempo, ha demostrado rigurosidad y precisión: las encuestas telefónicas que hace el área de Estudios de Opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
En otros países, como los Estados Unidos y varios de Europa, se usan hace décadas para medir las preferencias electorales. En el Perú casi no se habían utilizado fuera del sector de comercio y servicios.
Pero en marzo del año pasado el IEP comenzó a aplicarlas, forzado por las restricciones que impuso la pandemia, sobre todo la necesidad de limitar las interacciones presenciales y procurar mantenerse en casa.
¿Cómo las hace? ¿Son tan confiables como las encuestas cara a cara? Para conocerlo, esta semana conversamos con Patricia Zárate, jefa del área de Estudios de Opinión del IEP. Lo primero que hay que saber es que en una encuesta presencial se diseña el marco muestral usando la cartografía del INEI: se seleccionan conglomerados y estratos, en cada estrato se selecciona aleatoriamente las localidades y una vez en las localidades, se selecciona aleatoriamente las manzanas. Ya en las manzanas, se elige de manera sistémica en qué viviendas se va a encuestar. Por lo general, una vez en la vivienda, se busca a las personas siguiendo cuotas de edad y sexo.
Patricia Zárate explica que en las encuestas telefónicas que hace el IEP se procede de manera distinta: el marco muestral se construye a partir de las líneas telefónicas celulares asignadas por el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) a los cuatro operadores telefónicos del país. El MTC le da al IEP los cinco primeros dígitos de cada número, las llamadas cabeceras. Lo que hace el área de Estudios de Opinión es completar cada número con los restantes cuatro dígitos explorando todas las posibles combinaciones, aleatoriamente. El resultado son más de 89 millones de posibles líneas telefónicas.
Los encuestadores del IEP no podrían hacer jamás 89 millones de llamadas. Tampoco lo necesitan. Las matemáticas indican que para conseguir al menos 1200 encuestas efectivas –que es el número que te asegura un razonable margen de error– “solo” necesitan hacer unas 150 mil llamadas.
Y las hacen. Con ayuda de un call center, un pequeño ejército de al menos medio centenar de encuestadores –en ocasiones, son más–, y de un software que les hace más fácil la vida a todos: organiza los números en bloques aleatorios de 10 mil, tiene un marcador predictivo que realiza un primer contacto, y si es un número contactable –es decir, si hay una persona al otro lado del teléfono– le pasa la llamada al encuestador. Cuando la persona accede a la entrevista telefónica y completa toda la encuesta, se considera una encuesta efectiva.
El cuestionario, que se va completando en la computadora, arranca con preguntas sobre la edad y la ubicación del entrevistado. Las llamadas, por supuesto, son anónimas. De inmediato vienen las preguntas de intención de voto y otras de comportamiento electoral. Solo al final se le hace una serie de consultas sobre las condiciones sociales en las que vive, que sirven para determinar su nivel socioeconómico.
Para asegurarse de que la distribución de la muestra por zonas geográficas, niveles socioeconómicos, edades y sexo sea similar a la de la población electoral, Zárate y su equipo van haciéndole seguimiento permanentemente. Así por ejemplo, si no hay suficientes personas del Centro del país –o adultos de menos de 24, o mujeres–, se les pide a los encuestadores que se enfoquen en buscar ese tipo de entrevistados.
La desventaja de las encuestas telefónicas es que a través de ellas no se puede hacer simulacros de votación. Pero, como indica la jefa del área de Estudios de Opinión del IEP, su gran ventaja es que se puede llegar a prácticamente todos los rincones del país. Zárate recuerda que, según la ENAHO 2020, en el 94% de los hogares peruanos hay una línea de celular. Con las encuestas presenciales, el IEP solía cubrir unos 17 departamentos, 24 provincias y 80 distritos. Con las telefónicas, cubre los 24 departamentos y por lo menos 140 provincias y 400 distritos, incluidos los que tienen menos de diez mil habitantes.
Todo el trabajo técnico del área de Estudios de Opinión se apoya en un núcleo consultivo, integrado por Martin Tanaka, Cecilia Blondet, Hernán Chaparro, Jorge Aragón y Julio Carrión, con quienes se revisa el cuestionario, se discuten los temas que se podrían incorporar y se analiza el impacto del estudio de opinión luego de que sale publicado en La República.
Pasadas varias semanas desde la primera vuelta, Zárate considera injustas las críticas hacia las encuestadoras acusándolas de no haber visto venir el fenómeno de Pedro Castillo.
Ella recuerda que desde diciembre el IEP registró el crecimiento exponencial del candidato de Perú Libre, que había arrancado con un porcentaje ínfimo de intención de voto, y que en su última encuesta, publicada una semana antes de las elecciones, ya lo situaba sexto.
Dice que de no existir la prohibición de publicar encuestas en la última semana de campaña, todas las encuestadoras habrían registrado el crecimiento de Castillo. Además, de acuerdo a estudios de opinión posteriores, luego se supo que más de la mitad de sus votantes se decidieron en el último tramo.
Al comparar los resultados de la última encuesta publicada por el IEP con los reportes electorales de la primera vuelta, se puede observar que, salvo por el caso particular de Castillo, las cifras del IEP se acercaron muy bien a los resultados finales.
Zárate reconoce que entre algunos ciudadanos puede haber cierta desconfianza hacia las encuestas telefónicas, ya que se trata de una técnica nueva en el país, pero está segura de que esa desconfianza se disipara con el tiempo. Dice que son tan confiables y precisas como las presenciales, e incluso más. Por lo pronto, su equipo tiene claro que cuando pase la pandemia y las interacciones presenciales vuelvan a ser seguras, seguirán usándolas, probablemente combinadas con simulacros.
Zárate agrega que cada vez más países están empleándolas para medir el estado de la opinión pública. “Son el futuro”, dice.