EsfuerzoPara salvar de la extinción a esta especie, los científicos del Centro de Investigación de Tambopata han pasado de la observación a la acción. Con experimentos de traslocación de huevos y el uso de robots en miniatura procuran que crezca el número de ejemplares de esta ave.,Texto y fotos: Rita Sánchez. Liz Villanueva Paipay, jefa de campo del Proyecto Guacamayo, Tambopata, desenrosca un huevo-robot, muestra cómo es por dentro y explica cómo se le inserta una minitarjeta de memoria, un sensor digital de última generación y una nanobatería. Su demostración es necesaria. Cuando el huevo-robot sea colocado en el nido de una guacamayo, los investigadores deberán evitar que la madre emplumada perciba el parpadeo de luz roja que emite este sensor cada veinte segundos. El auditorio de Villanueva Paipay está formado por voluntarios de varias nacionalidades: estadounidenses, irlandeses, húngaros, chilenos, canadienses y dos peruanos, que aprenden cómo este huevo artificial, diseñado por científicos de la Universidad de Texas A&M, se mimetiza con el nido de la guacamayo y sirve para calcular las veces que esta ave rota sus huevos. También evalúa la temperatura del nido. Estos robots ya se han usado en 22 nidos, desde el año pasado. Son parte del llamado Proyecto Guacamayo, que desde hace 29 años funciona en el corazón de la Reserva Nacional de Tambopata, Madre de Dios, en los ambientes de Rainforest Expeditions (RE), una empresa de turismo ecológico que hasta el día de hoy apuesta por la conservación de estas aves junto con los esfuerzos del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) y la Asociación para la Investigación y Desarrollo Integral (AIDER). Villanueva afirma que la primera vez que se usaron huevos-robot en la selva peruana fue para salvar de la extinción a los guacamayos escarlata (Ara macao) y a los cabezones (Ara chloroptera). Esta es la segunda vez y el proceso ha sido un éxito. Amparados por la sombra de árboles enormes, que refrescan un ambiente que supera los 30 grados Celsius, y rodeados de la humedad de la Selva Baja, nos enteramos de que el Proyecto Guacamayo o Tambopata Macaw Project nació en 1989 bajo la batuta de Eduardo Nycander, siempre con el apoyo de RE. Años después, el proyecto fue encargado al estadounidense Donald Brightsmith, quien le dio un giro académico, centrado en la investigación de estas preciosas aves. Desde el 2009 Gabriela Vigo y Donald Brightsmith dirigen el proyecto estudiando la disponibilidad de los nidos, la crianza y el desarrollo de los guacamayos pichones. Hasta la fecha, el proyecto cuenta con 37 publicaciones científicas. Viaje a la colpa Cada año llegan a la zona intangible de Tambopata decenas de voluntarios de todo el mundo para ayudar en el registro de la población de guacamayos, en su proceso de crecimiento y en el estudio del comportamiento de las especies más grandes. El proyecto acepta voluntarios durante todo el año y el trabajo varía dependiendo de la época reproductiva de las aves (octubre a marzo) o la no reproductiva (abril a setiembre). Son las 5:10 de la mañana y el equipo de voluntarios liderado por Liz Villanueva empieza la jornada de trabajo. Todos llevan botas de jebe, banquetas desplegables, mochilas y un telescopio para llegar a la colpa Colorado antes de que amanezca. Toman un bote y navegan hacia una isla que se formó frente a la colpa, en los últimos diez años, por el cambio de curso del río. Las colpas son barrancos de arcilla ubicados a orillas del río y coronados por densa vegetación. Para los voluntarios es importante llegar antes del amanecer para presenciar los primeros vuelos. Deben comprobar cuál es el primer guacamayo que se posará sobre el acantilado, de casi medio kilómetro de longitud, para tomar los primeros bocados de arcilla. Con un poco de suerte, su iniciativa será seguida por el resto de la bandada. ¿Por qué los guacamayos consumen la arcilla? Todavía es un misterio. La principal hipótesis es que las aves tienen necesidad de consumir sodio, un elemento abundante en la colpa. Es cierto que también existe sodio en su dieta regular (frutas y semillas) pero en la arcilla de la colpa la dosis se multiplica. Los voluntarios han comprobado que las colpas albergan la mayor cantidad de guacamayos de enero a marzo, fecha que coincide con la época de lluvias, la reproducción de la especie y el crecimiento de los pichones: en ese tiempo los pequeños desarrollan sus músculos, huesos y cerebros e incluso crecen inmunes a frutos o semillas tóxicas. Al amanecer, científicos y turistas se ubican en puntos estratégicos y a una distancia razonable para no ahuyentar a las aves. Los expertos monitorean la colpa desde las 5:30 a.m. hasta las 5 de la tarde. Hay que tener un poco de suerte para presenciar la diversidad de guacamayos que llegan a la colpa Colorado, una de las más grandes del mundo. Un águila puede ahuyentar a toda la bandada y la colpa quedaría vacía durante todo el día. Otras veces, las lluvias son tan intensas que las aves nunca llegan. Si llueve por más de dos horas, durante el monitoreo, los investigadores también se van. ¿Qué datos sacan los científicos de su observación? Pueden calcular el número de visitantes que toleran las aves, una manera de medir el impacto del turismo en la zona. También registran los sonidos de los psitácidos (loros, guacamayos, cotorras y afines de América y África), el comportamiento de cada grupo, e identifican a los ejemplares de guacamayos que llegan solos. La información se actualiza cada cinco minutos y la segmentan según las seis especies de guacamayos que frecuentan la zona. Se realizan diez monitoreos al mes y luego se sacan promedios. En el mundo existen 19 especies de guacamayos. De estas, ocho se pueden ver en Madre de Dios y seis en el Tambopata Research Center (TRC) o Centro de Investigación de Tambopata, sede del Proyecto Guacamayo. Anualmente, los guacamayos pueden poner de 1 a 4 huevos. Sin embargo, los padres, por naturaleza, solo alimentan a los dos que eclosionan primero y a los otros dos los dejan morir por inanición. Ahora que los guacamayos están en peligro de extinción, los investigadores, dirigidos por Gabriela Vigo, han decidido dar un paso más allá de la observación. El año pasado empezaron un experimento: ¿qué pasaría si intercambiaran pichones de un nido a otro? Así iniciaron una nueva metodología de traslocación con padres adoptivos para la conservación de la especie. Este proceso consiste en reubicar a pichones que nacieron en tercer y cuarto lugar -y pueden ser rechazados por su madre- en otros nidos de un solo pichón. El equipo se encarga primero de alimentar bien a estos pichones con un alimento especial proporcionado por la empresa Zupreem. Es imprescindible llenar bien el buche de las crías y encontrar un nido con un pichón de similares condiciones físicas para que los padres encuentren saludables a ambos y los alimenten sin restricciones. Nidos con historia El TRC se encuentra siete horas río arriba desde Puerto Maldonado. María Belén “Mabe” Aguirre, la veterinaria peruana a cargo del grupo, Moritz, un voluntario alemán, y la escocesa Madeleine caminan con paso firme sobre el fango por una de las 8 trochas que llevan a diferentes nidos. Llevan consigo cascos, guantes, sogas, cuadernos y un balde con telares y pequeños orificios en la tapa. Cada nido tiene un nombre y una historia. Mandylu es el primer nido que visitan, alberga dos pichones escarlata que están a punto de volar. Ya tienen más de 80 días de nacidos y lo normal es que los guacamayos aprendan a volar a los 84 días. Al llegar al pie del árbol, el equipo mira hacia la copa. Los guacamayos escogen los árboles más gruesos, de 30 a 40 metros de altura, para colocar sus nidos. Los favoritos de estas aves son las especies shihuahuaco, azúcar huayo y amasisa; también pueden usar el Jacaranda copaia, Ceiba pentandra o Ceiba insignis. Esta vez, Moritz subirá a uno de estos árboles con un sistema de cuerdas y poleas. Desde arriba, trasladará cuidadosamente los pichones hasta el pie del árbol. El balde funciona como un ascensor. Los nidos miden aproximadamente un metro. En total, el equipo monitorea 44 nidos, entre naturales y artificiales, hechos de madera o PVC. Para monitorearlos mejor, el equipo también ha insertado cámaras dentro de algunos nidos artificiales para seguir de cerca el desarrollo del pichón. Cuando los pequeños guacamayos llegan al pie del árbol, los voluntarios se encargan de revisarlos. Esta vez, Mabe y Madeleine reciben a los pichones y los llevan a una carpa donde tienen lista una balanza, dos cuadernos, un calibrador y medicinas. Registran medidas biométricas de peso, ala, cola y buche mientras juegan y hablan con sus pacientes. Muchos alumnos de veterinaria practican aquí por su fascinación por la vida salvaje o porque se cansaron de revisar a mascotas citadinas. Los pichones se monitorean 25 veces en sus 84 días de crecimiento. Desde el primer día de nacidos, hasta el día 15, se les realiza un seguimiento diario. Desde el día 16 hasta el 75, esto se hace dejando dos días. Muchos de los pichones que llegan a la etapa adulta, después de aprender a volar, siguen volviendo a sus nidos por un año, con sus padres, y hasta conviven con sus nuevos hermanos. Un día después de ver a los guacamayos escarlata, otro grupo de voluntarios se dispone a visitar Ayahuasca, el único nido del guacamayo cabezón o azul y amarillo. Aquí solo hay un pichón y es más pequeño. Apenas le brotaron los colores en las puntas de las alas. Las revisiones también incluyen la búsqueda de ectoparásitos. Isidora, una voluntaria chilena, practicante de veterinaria, examina a la cría y encuentra dos botfly. Son larvas de moscardones del tamaño de un grano de arroz que crecen debajo de la piel de los pichones. Logra extraer uno del oído y otro del ala. Durante su crecimiento, los veterinarios pueden tomar hasta dos muestras de sangre para saber el estado de salud genética de los pichones. Si el pichón baja de peso en los primeros días de nacido, lo llevan al proceso de traslocación. Este experimento demostró que los padres adoptivos no son agresivos con los pichones nacidos fuera de sus nidos. Es más, los nuevos padres alimentan bien a los pichones adoptivos. Pese a este pequeño avance, la población de guacamayos se encuentra amenazada. Su hábitat se ha reducido en los últimos años por la demanda de recursos forestales, la tala indiscriminada, las concesiones mineras, la construcción de carreteras y la caza para el mercado negro. De 19 especies de guacamayos, dos están extintas (glauco y cubano). Este año han trabajado con 42 nidos, entre naturales y artificiales. En total nacieron 43 pichones, de los cuales han sobrevivido 27. Con los nuevos estudios, la inserción de nidos artificiales y los huevos-robot que reúnen información sobre las condiciones en las que vienen al mundo los pichones, los científicos esperan que la población de estas aves aumente. Esta es una de las temporadas donde se proyecta que volarán más guacamayos en Tambopata. Es un logro de la tecnología y la paciencia de los investigadores.