No cabe duda de que Jorge Eduardo Eielson (1924 – 2006) es una de las voces medulares de la tradición poética peruana del siglo XX, en especial durante la segunda mitad del mismo. Durante no pocas décadas, fue una especie de voz secreta, estudiada y valorada en la academia y círculos culturales, pero sin llegar a ser el referente que conocemos a la fecha: una figura artística con las suficientes luces para conectar con diferentes tipos de públicos y generaciones, principalmente con los más jóvenes.
Por motivo de los cien años de su nacimiento, pudimos ver una serie de actividades consagradas a su vida y obra, como la puesta en escena, realizada en Teatro Británico, de Maquillaje (1950), obra con la que el artista ganó en 1946 el III Premio Nacional de Teatro. Los diarios de la época registran que el estreno de la obra, con la dirección de Joaquín Roca Rey, estuvo marcado por el escándalo y la controversia. Dos años después, en 1948, Eielson se iría del Perú para ya nunca más regresar, solo lo hizo de manera esporádica. La razón no fue otra que el alto conservadurismo y el doble rasero de la sociedad limeña, que no aceptaba a personas como él y no precisamente por la sensibilidad artística. Desde muy joven, Eielson había asumido su homosexualidad.
Nudo. Azul, el color favorito de Eielson.
Tuvimos también sendas exposiciones en la Casa de la Literatura Peruana (Todavía mi nombre es Jorge, con la curaduría de Rodrigo Vera, muestra enfocada en la poesía visual y el trabajo con nudos del artista) y en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú (Canto abierto: Homenaje a Jorge Eduardo Eielson, bajo la curaduría de Mariana Rodríguez y Carlos Castro), que generaron una inmediata respuesta del público, tanto del que ya conocía su trabajo como de aquel que recién tenía la oportunidad de acercarse a él. Ambas exposiciones fueron la rúbrica del interés que despierta Eielson, catalogado por los especialistas de integral y, en tal motivo, inclasificable.
Exposición "Los reinos de Eielson".
Sin embargo, más allá de indefiniciones que no debemos dejar de atender, hay un Eielson que recorre toda su obra, el Eielson poeta, es decir, el Eielson de los libros, el de la marca registrada en el papel. En este sentido, la exposición Los reinos de Eielson, curada por el poeta y traductor Renato Sandoval, que hasta el 14 de agosto se podrá ver en el Centro Cultural Inca Garcilaso (Jr. Ucayali 391. Cercado de Lima), es una invitación a la médula creativa de este artista que partiendo del respiro poético convirtió en poesía todo lo que quiso expresar. Es decir, para Eielson, la poesía era palabra y a la vez no. De esa mágica fricción, se disparan las luces que conocemos de él, y vaya que no es poco.
Porque si bien la muestra exhibe primeras ediciones de sus libros y material crítico sobre su obra, su montaje está dispuesto a manera de diálogo con las otras disciplinas con las que entabló una relación creativa, las cuales tenían como base a la poesía, o para ser más precisos: a su actitud poética ante la vida como punto creador.
Como bien señala Martha Canfield en el catálogo de la exposición: “En Eielson conviven dos espíritus: uno inquieto, inasible, fugitivo, que confía al lenguaje escrito su vocación proteica; el otro sereno, vibrante, iluminado, que utiliza las formas plásticas para proyectar la inefable convergencia de todas las cosas en un centro transcendental y personal”.
En un ambiente social polarizado, en donde la cultura ni siquiera escapa a esa oscuridad, Eielson ha suscitado el milagro de la anuencia y el consenso sobre su valor cultural y la necesidad de hacerlo más conocido de lo que ya es. Los reinos de Eielson es la mejor prueba.