Aarón Alva continúa extendiendo su universo ficcional. En el 2017, “Cuentos ordinarios” (Caja Negra) nos hizo recorrer y observar, con lupa en mano, el centro de Lima y sus alrededores. Este 2022, bajo el sello de la editorial Colmillo Blanco, el también músico de profesión lanza “Un buen taxista es difícil de encontrar”, cuyos cuatro cuentos que lo conforman encierran dentro de sí los deseos de sus inolvidables personajes.
El primer cuento, el cual lleva el mismo nombre del libro, se centra en los dilemas de una trabajadora sexual cuando entra a un bar. Ella nos narra cómo es que se enamoró de Martín, su principal cliente y hombre casado, a la vez que se enfrenta a un sujeto inmoral que se empecina en humillarla dentro del recinto. Luego de esa experiencia, ella escapará del local y tomará un taxi. Ni bien sube al vehículo, caerá en cuenta de que el conductor no es uno cualquiera: carga pesos en el corazón.
La crítica a lo que llamamos ‘arte’ —y a lo que no— llegará con el relato “Concurso de música”. Un profesor será contratado para integrar un jurado de una competencia de música escolar. A lo largo de la narración, el lector decidirá si estos tiempos ya han sucumbido ante la frivolidad o la expresión cultural simplemente va cambiando a través de las generaciones, sin estar relacionada con la calidad. En “Una segunda primera vez”, el vulnerable cristal familiar parece quebrantarse como consecuencia del reencuentro entre una joven, su hermano alcohólico y su madre con discapacidad visual. “Relatos de bicicleta” cierra esta colección. Alva aplica allí el recurso de las cajas chinas para adherir historias dentro de otras, semejante a muñecas rusas o matrioshkas.
En todos los cuentos se menciona un lugar paradisiaco, del cual no se conoce mucho. Solo se sabe que remite a las sensaciones de serenidad y calma inminente. Es la prosperidad a la que cada uno anhela pertenecer. Iliana, la antípoda de la Lima desdibujada y harapienta, se erigirá como la flecha que indica el norte de los personajes, quienes, entre líneas, añoran traspasar sus muros para entregarse en carne y espíritu a ese nuevo Edén.
Aarón Alva conversó con La República sobre la composición de su libro, el sentido del arte en este siglo XXI, el valor de los concursos literarios y su estilo personal de escritura.
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Gabriel Arriaga, director editorial de Colmillo Blanco; la escritora Alina Gadea; el músico y autor del libro Aarón Alva; la escritora Fiorella Moreno y Ángela Arce, productora general de la editorial en la Biblioteca de Barranco. Foto: Lucía Portocarrero
—A diferencia de tu primer libro, “Cuentos ordinarios”, esta vez has apostado por cuatro relatos largos. ¿Cuál fue el motivo?
—”Cuentos ordinarios” partió de situaciones muy puntuales que tenía guardadas. No me refiero a que sean hechos vividos, sino que partieron de pasajes reales que fui cambiando poco a poco. Respecto a este libro nuevo, puedo responder de dos formas: quería expandir mi narrativa para prepararme y escribir una novela; también con la idea de salirme de la situación puntual para empezar a crear un universo de personajes. En el último cuento, “Relatos de bicicleta”, me gustó la idea de ir probando una especie de miniuniverso en el que confluyan juegos estructurales.
—La ciudad Iliana es un elemento inherente de los relatos. Alina Gadea dijo que se puede tomar a esta ciudad como un personaje más. ¿Se considera una antípoda de Lima? ¿Es una ciudad utópica?
—Fue concebida como una ciudad a la que todos aspiran llegar, algunos personajes ya están allí, incluso. Sin embargo, cuando los escritores trabajamos una idea, nos topamos con la sensación de que es muy difícil originar algo perfecto. He tratado de poner a Iliana como un ideal de los personajes. Ni siquiera yo mismo sabría decir cómo es ese lugar. Las ciudades perfectas que se producen tienen cosas horribles. Traigo a la memoria “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. El nombre Iliana significa ‘de gran belleza’. Pero la belleza, ¿qué es? Es relativa. Ello ya queda dentro de ese universo ficcional.
—El segundo cuento, “Concurso de música”, es el más relacionado con tu profesión. Hay un aula en donde se desprende una frivolidad juvenil hacia el arte, cuando se menciona a Karol G, o cuando el protagonista escucha rap en el transporte público. ¿Es verdaderamente subjetiva la expresión artística?
—El arte tiene que ver con los discursos de cada época. Por ejemplo, si nosotros pensamos en la música de Stravinski, la gente diría: “Sí, esa es música culta”. Cuando él fue conocido, decían que su música era cualquier cosa, que no sabía qué estaba haciendo. Lo mismo ha sucedido con varios compositores, siempre han estado bajo la crítica. Nos lleva a pensar, por más obvio que suene, que el arte está desligado de la moral. Hace poco leí que Alexander Huerta-Mercado decía que si algo es estéticamente pensado para una época, se impone a través de movimiento de masas. Esa imposición se asocia, se quiera o no, a un rechazo a lo anterior. En este cuento, el profesor es bien tirado a la antigua, encorbatado; por eso, cuando escucha Karol G, no considera que haga música. Él suponía la música clásica como la elitista. Más adelante, otro personaje le recuerda que Mozart no era tan refinado, por sus gustos extravagantes.
—Algunos siguen endiosando al artista antiguo. Olvidamos muchas veces que tienen peculiaridades como cualquier otra persona.
—Sin ir muy lejos, pongo el ejemplo del boom latinoamericano, un movimiento caracterizado por denunciar cuestiones políticas mediante novelas. Si no escribías novelas en esa etapa, no existías; y en el caso de que seas mujer, peor aún. Volviendo a lo anterior, Mozart sí era vulgar en cierto modo.
Aarón Alva firmando libros en la presentación realizada en la Biblioteca de Barranco. Foto: Lucía Portocarrero
—La literatura peruana se ha ido despojando de lirismo. Se propone el lenguaje directo. En esta coyuntura, ¿el lector se está acostumbrando a leer rápido sin importar la calidad?
—No es que la calidad haya decaído. Todos poseemos un celular. En un momento del día, vemos una noticia y el cerebro nos pide pasar a otra y a otra. Ya no hay una obra que se mantenga como única. Estamos en constante estimulación. Todo es directo, pero no quiere decir que sea negativo. Repito: cada época posee sus propias formas de llegar al público.
—La calidad sigue siendo valorada en los grandes concursos de literatura. Sin embargo, los jurados se limitan a remitirse a épocas de nostalgia. ¿Se han inmovilizado en el tiempo? ¿Les falta actualizarse?
—Un concurso grande, no necesariamente nacional, no premiaría a un autor completamente desconocido, no le conviene al mercado. Últimamente, se están abriendo a las nuevas tendencias. Hace poco, en la selección de la revista Granta acerca de los mejores narradores menores de 35 años, según una entrevista a la editora, los escritores provenían de espacios periféricos. Entonces, son búsquedas acordes a lo que la realidad editorial pide.
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—En el cuento “Relatos de bicicleta” usas la técnica de las cajas chinas. Borges la utilizó al narrar “El Aleph” y sus tres historias paralelas. ¿Cuánto te costó armarlo?
—Ese cuento lo escribí en mucho tiempo, más de un mes. Las cajas chinas fueron naciendo como una necesidad del personaje. El narrador dice que estaba con una chica llamada Rocío. Eso requería una historia detrás de la familia de Rocío. El cuento me pidió escribir esa segunda historia paralela. De allí paso a la historia del tío Lucho, quien también tenía narrativa detrás. Igual sucede con Nelson, el chico que corre hacia el mar cuando recuerda a su padre. No soy un autor que planifique todo. Todo va fluyendo, avanzando. No a lo que salga, sino podando mucho.
—Sientes una responsabilidad progresiva.
—Sí. No soy de los que escribe de un tirón. Los voy dejando descansar (los textos). Luego los releo.
—No eres de hacer esquemas de inicio, nudo y desenlace.
—No. Será, tal vez, por mi forma de ser. Soy una persona puntual en varias cosas, pero estos cuentos son como yo no soy. Es decir, en la vida real soy parametrado. Sé qué haré más tarde, a quién voy a ver, en qué lugar estaré. En los cuentos sale ese lado opuesto. Si contáramos nuestra vida tal cual fuera, el resultado sería pésimo.
—Dijiste que este era un ejercicio para tu novela.
—Los cuentos me sirven para desarrollar otro universo. Van a haber muchos personajes. No sé si tenga la capacidad de escribir algo como “Soy leyenda”, de Richard Matheson, que se sostiene con un solo personaje (Robert Neville). Me gustaría concretar ese proyecto más pronto que tarde.
“Un buen taxista es difícil de encontrar”
Editorial: Colmillo Blanco
Páginas: 131.