Siempre unidos en un solo fortín, los cuentos de Retratos familiares del escritor peruano Ricardo Sumalavia han sorteado las marismas del tiempo, montados en un vigoroso tren bala: luego de 20 años se publica la edición de homenaje con reseñas breves de alto valor literario a cargo de Pilar Dughi e Iván Thays. Son quienes nos dan esa primera arenga para atrevernos a coger los arneses del parapente y lanzarnos con destino al universo narrativo del también autor de Historia de un brazo.
La célula madre de los relatos se mantiene vigente a pesar de la evolución social, porque la intimidad humana sigue un hilo tradicional de conflictos. En cada una de las historias, el lector advertirá que los personajes odian posar para las ‘fotos’ con sonrisas hipócritas. Nada es estático si pensamos en los retratos como espacios metafóricos; es decir, parecen totalmente inquietos, zafados, desenganchados de los buques de cordura. Las imágenes se contraponen, cambian de elementos, de rostros y cuerpos enigmáticos que entran y salen, oda a una familia inestable, el caos de lo cotidiano, vorágines de pasiones inconclusas.
En la mayoría de los ocho cuentos que componen este libro, lo grotesco predomina. Imposible salir ileso, aunque se recomienda entrar preparado al circo de horrores propuesto por el autor. Puertas marrones, el segundo relato, lo testifica. Un hombre se entera de la muerte de su mejor amigo y recibe la misión de contárselo a su esposa. Aparentemente, la mayor sorpresa sucederá cuando la viuda asimile la noticia, pero una ola inmensa de secretos reventará la rompiente y estremecerá hasta al lector más entrenado.
Portada de la primera edición de Retratos familiares, con el sello de la Pontificia Universidad Católica del Perú (2001). Foto: Kathy Serrano
Cargado de sugerencias, el cuento La ofrenda ratifica lo excéntrico con las actitudes de Olenka, quien afronta la muerte de su padre Javier. Dos de sus exasistentes, Miguel y Estela, compartirán casa con la protagonista, pero, en medio de esa convivencia, la atracción sexual destruye el equilibrio y ciertas decisiones se trastocan a niveles patológicos.
Una clave —aquí— para interpretar a Sumalavia se poza en la total atención a los diálogos. ¿Imaginan ver una película de detectives en el cine y desconcentrarse unos segundos? ¡No querremos preguntarle qué demonios ocurrió al compañero del costado! No vale siquiera pestañar.
Dentro del cuento que lleva el mismo nombre del libro, Retratos familiares, las conversaciones parecen tranquilas, de aires frescos; sin embargo, el escritor peruano presiona sin vacilaciones el gatillo: una revelación final gira el timón argumental, como el traqueteo de un camión, y le da emanaciones putrefactas a los inicios de un compromiso matrimonial.
Aquí ofrecemos una interesante entrevista con Ricardo Sumalavia a propósito de estas dos décadas de Retratos familiares:
Han pasado 20 años desde la primera publicación de Retratos familiares. ¿Hasta qué nivel ha sido especial volver a ofrecer una edición más?
Es inevitable, al menos en mi caso, que los números redondos inviten a realizar balances, a mirar hacia atrás y preguntarte qué has hecho, cómo lo hiciste y, quizás una pregunta relevante, por qué lo hiciste. Pasados 20 años, comprendo que la publicación de Retratos familiares supuso para mí aceptar una estética que, en aquel momento, no era la más popular en el Perú. A lo mejor ahora tampoco, pero eso ya no me preocupa.
Estos cuentos transcurren en Lima, pero sin un afán topográfico ni de balances sociales ni denuncias, lo cual no implica pasividad o burda evasión. Implica colocar en el panorama narrativo peruano un forma más, personal, de tomarle el pulso a lo que para mí era, en ese momento, la realidad. Fue mi forma más honesta de expresarme. Publicarlos ahora, con todo río que ha corrido, me da más curiosidad que certezas, lo cual me seduce e inquieta. ¿Le puede interesar a un lector peruano en el 2021? Espero que sí.
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Existe uniformidad en el tratamiento del lenguaje. ¿Es tu sello personal desde el inicio de tu carrera o has ido experimentando otras voces narrativas?
Antes de publicar mis primeros libros, Habitaciones (1993) y Retratos familiares (2001), experimenté mucho, traté de imitar a otros autores para aprender. Lo que descubrí luego fue que, mientras más los quería imitar, más me distanciaba de ellos, y que todo lo que no era de ellos era mío, mi estilo. Es decir, mi voz surgía de esa diferencia. Acepté esta voz y es la que me acompaña en todos mis libros. Para bien o para mal, soy esa voz.
Otro aspecto a mencionar es que, por esos años de aprendizaje, fui profesor de lengua. Además, en la universidad adoré el curso de Historia del español. Creo que todo escritor debe conocer al máximo las herramientas que utiliza. Esto no lo convertirá en un preciosista —que no tiene nada malo—, lo hará un escritor más seguro en el empleo de sus recursos narrativos. Por supuesto, esa seguridad es relativa, puesto que, como es mi caso, siempre quieres tensar esa cuerda y ver qué hay más allá del lenguaje, conocer la espalda de la palabras.
La presencia del Doppelganker, como el William Wilson de Poe, mora en la mayoría de tus cuentos. ¿Consideras que la mente del ser humano se bifurca conforme pasa el tiempo? ¿Crees en los dobles o se quedan en la ficción?
Si soy capaz de pensar que en la ficción todo es posible, lo mismo puedo decir de la realidad. La distinción entre realidad y ficción es una mera convención. En varias oportunidades me han escrito para saludarme y decirme que me vieron pasar por ciudades que ni siquiera conozco —aprovecho la entrevista para saludar a mi doble—.
El trastorno de doble personalidad fue tocado por Poe en su obra | Foto: Difusión.
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Las reseñas introductorias de Iván Thays y Pilar Dughi son como otras fotos nítidas de tus Retratos familiares. ¿Qué valor le das al análisis de ambos escritores?
Ambos me acompañaron en la presentación de este libro el 2001. Son personas valiosas, grandes escritores, grandes lectores, grandes amigos. Sin duda en sus textos hay mucha generosidad, pero ello no quita que hayan logrado atisbar más allá de los relatos mismos. Ellos sabían que los cuentos siempre dicen más de lo que se cuenta.
Pilar Dughi y su libro de cuentos Ave de la noche (Peisa, 1996). Foto: captura YouTube / Caslit
Ivan Thays quedó finalista del Premio Copé de Cuento en 1998. Foto: Escritores Peruanos Blogspot
El valor de la sugerencia y los silencios caracterizan a los cuentos de este volumen. ¿Sientes que es una técnica que se está perdiendo en lo contemporáneo?
No creo que se esté perdiendo. Lo que puede suceder es que vaya en ruta alterna a otras narrativas que abogan más por lo explícito. Hay lectores para todos. En lo que a mi narrativa respecta, la sugerencia, lo no dicho, es lo más atractivo. El objetivo de mi escritura es llegar al silencio. Sé que no lo voy a lograr porque, paradójicamente, solo tengo a las palabras para conseguirlo.
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El lector puede pensar que el título del libro remite a sensaciones solo de nostalgia o el individuo que trata de sostener a la familia. Sin embargo, en las páginas habitan secretos grotescos, que se manifiestan como la piedra angular.
La idea de retrato me atrae en tanto fragmento. Cada retrato es un espacio físico limitado, decidido por el fotógrafo, pero también es el espacio emocional fragmentado. Me interesa tanto lo que está dentro de esos límites como todo lo que esté fuera de él, lo sugerido. Muchas veces, esos espacios fuera del retrato son los que contienen lo grotesco.
La visión sobre el amor en general va tomando rumbos extraños. ¿Sostienes la tesis de que este sentimiento necesariamente muta con el tiempo y se debe, más que todo, a la subjetividad y no a un fin idealizado?
Te confieso que nunca me he preguntado por la visión del amor que puedan tener mis personajes. Si hago memoria, recuerdo que varios de ellos han expresado que el amor no es algo que sepan comprender, que usualmente les ha llegado tarde. 20 años después, yo les diría a mis personajes que no se preocupen por el tiempo, que siempre estamos tarde para todo, pero que lo podemos pasar bien de todos modos. Sigo sin comprender el amor, pero sigo viviendo enamorado.
Calificación: 4.2/5