A finales de la primera década del siglo XX, los esposos Dora Mayer- Pedro Zulen y Joaquín Capelo no quisieron tolerar más abusos brutales contra los indígenas. Decidieron fundar, en octubre de 1909, la Asociación Pro-Indígena y, en 1912, un órgano de difusión, el boletín El Deber Pro-Indígena, bajo la dirección de Mayer. Así nacía un órgano para defender y denunciar los crímenes contra la “raza indígena”, como las masacres de San José, en Puno, y la de los caucheros, en Putumayo. Denuncias como el caso del indio José María Turpo, a quien un gamonal le dio muerte por “arrastramiento”. Lo amarraron de los pies y lo arrastraron con un caballo hasta que su cuerpo quedó destrozado por el escabroso y accidentado suelo.
El Deber Pro-Indígena se publicó hasta diciembre de 1917 y alcanzó 51 números. Hasta los años 80, solo se conocían números sueltos, pero el historiador Wilfredo Kapsoli conoció a Juan Salazar, librero de viejo, quien tenía la colección completa.
“Ni la Biblioteca Nacional la tenía íntegra. Fue un verdadero hallazgo y me sirvió para realizar una serie de investigaciones”, dice el historiador.
El boletín se acaba de publicar en edición facsimilar por Tarea y auspicio del Ministerio de Cultura, con prólogo de Kapsoli y notas de Dora Salazar, Takahiro Kato e Iván Rodríguez Chávez.
¿Qué razón inspiró la creación de la Asociación Pro-Indígena? ¿Humanista, ideológica?
Zulen era un joven universitario, muy activo y alentaba en sus reuniones el debate cultural, que se llamaban “Conversatorios Universitarios”. Invitaban a los intelectuales para hablar del problema indígena, porque en ese entonces los indígenas estaban excluidos de la sociedad. Ideológicamente, eran progresistas, positivistas. Dora era más humanista, filantrópica, tenía consideración con descendientes de Manco Cápac, decía “los irredentos hijos del inca” y pensaba que se debía luchar por la ciudadanía de los hombres más marginados. Más adelante, Zulen avanzó y fue candidato a diputado por Jauja por el socialismo.
el deber pro indigena
En el primer editorial del boletín El Deber Pro-Indígena se lee “en la bondad de la causa de la asociación”.
Eran más humanitarios. Pensaban, por ejemplo, que la educación era una forma de redimir al indígena, que deberían acceder a la educación de tal manera que así podrían reclamar sus derechos, cumplir deberes y manifestar sus protestas directamente ante las autoridades.
Emilio Gutiérrez de Quintanilla, miembro del boletín, en ese mismo número, dice: “Bendita seas Sociedad Pro-Indígena. Tu caridad es de oro”.
Eran humanitarios, liberales en sus inicios. Después, muchos de los miembros que se asocian al movimiento van a ser dirigentes, campesinos de origen o anarquistas. Por ejemplo, en Áncash se creó el Centro Proletario Recuay.
Siempre a José de la Riva Agüero se lo identifica con la casta social, ¿fue uno de los aportantes económicos del boletín?
En los primeros años, cuando estaba la causa humanitaria, educacionista, participó Riva Agüero, Luis E. Valcárcel, pero ellos fueron alejándose del movimiento cuando los líderes y delegados indígenas comienzan a hacer denuncias y rebeliones, como la del mayor Teodomiro Gutiérrez Cueva, en Puno, adonde llegó como subprefecto, pero adoptó el seudónimo “Rumi Maqui” y quiso restituir el Tahuantinsuyo.
El abuso tenía su propio sistema, el “enganche”.
Con ese sistema los obligaban a comprometerse a trabajar. Los traían a la costa y morían por la explotación y enfermedades. Los hacendados, para justificar sus muertes, crearon la figura del pishtaco. Decían que al regreso a sus pueblos, los pishtaco, que eran gringos y altos, los mataban para extraer sus grasas para aceitar máquinas en su país.
Entonces a los indígenas se les reconocía ser de “una raza”, pero no su ciudadanía...
Sí, se creía que los aborígenes, los indios, estaban para servir a los criollos, a los gamonales. El poder del gamonalismo asociaba a terratenientes, alcaldes e Iglesia católica. Incluso hubo un impuesto para la república por el que el indígena contribuía al Estado trabajando dos o tres días a la semana en obras públicas, pero no, eso no se cumplía, los hacían trabajar para beneficios personales. Eso ocurrió en las haciendas y centros mineros. Dora publicó un fogoso ensayo, en inglés y castellano, titulado “La conducta de la Compañía Minera de Cerro de Pasco”. En la mina, incluso, no pagaban salarios sino les daban fichas para que compren en el tambo de la misma empresa. Esa doble edición no circuló porque la empresa se compró todo el tiraje.
O sea, de “la bondad de la causa”, “caridad de oro” se pasó a defensa concreta del indio...
Así es. Este movimiento tenía filiales en casi en todos los departamentos con directivas propias. Vino a dar las bases y las pautas fundamentales para formar un partido, plantear una ideología, tener una prensa para la difusión de la cultura. Mariátegui, que era amigo de Zulen y Mayer, lo toma a tal punto que, cuando sale Amauta, le pide a Dora que haga el primer balance de lo que ha significado la Asociación Pro-Indígena.
A propósito, José Tamayo sostiene que “el indigenismo de la Asociación no dejará de ser intuitivo, protector lejano y bastante romántico”.
José Tamayo decía eso porque no llegó a conocer de cerca el movimiento ideológico. Tengo un ensayo que se llama “Pedro Zulen, precursor del socialismo en el Perú”, que está en el libro que publicamos con Takahiro Kato. Allí exponemos lo que hizo la Asociación Pro-Indígena.
Con respecto a “Rumi Maqui”, Mayer tiene una visión crítica. Le dice ególatra, iluso en sus pretensiones.
Ella era muy filantrópica. Pensaba que los reclamos tenían que hacerse con cautela, pidiendo que el Parlamento intervenga. Pero eso no tenía mucho eco. La Asociación inspira a Leguía, que llegó con un populismo grande, a crear el Patronato de la Raza Indígena. Y después, los propios indígenas crean el Comité Central Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo, que es un movimiento liderado por los anarquistas. El aporte de la Asociación Pro-indígena es de ser el núcleo de los debates ideológicos, acercarse al socialismo, anarquismo, aprismo y populismo. Mariátegui dijo que la mejor sorpresa y alegría que le deparó su regreso de Europa fue encontrar a un indio socialista.
Mariátegui, a diferencia de Mayer, tiene otra visión de “Rumi Maqui”. Dice “Los incas adquieren de improviso forma y cuerpo a través de Rumi Maqui”.
Mariátegui analiza mejor el problema de la clase social, el conflicto político. Eso lo ha hecho notar Carlos Arroyo en el ensayo “El incaísmo modernista y Rumi Maqui”. Él reparó estas reflexiones de Mariáteguí criticando a Mayer. Mariátegui le da un valor social a esta idea del Tahuantinsuyo, que ha sido un sueño permanente, la utopía andina, la restauración del Tahuantinsuyo, el retorno del inca.
¿Cómo se liquidó la Asociación Pro-Indígena?
Se canceló, por un lado, porque los anarquistas estaban copando los espacios de la dirigencia de la Asociación y, por otro, porque hubo una ruptura sentimental entre Mayer y Zulen. Leguía aprovecha esa coyuntura para crear su patronato. También porque los indígenas, en su ala anarquista, asumen su propia condición gremial y crean el Comité Central Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo. Es el caso único en el mundo en que el anarquismo llegó a tener presencia en el mundo campesino. El anarquismo era básicamente un movimiento político de los sectores urbanos semiproletarios.
Dora Mayer también tuvo acciones feministas.
Por supuesto, trabajaba junto a María Alvarado y Miguelina Acosta, que fue la primera abogada cuya tesis fue sobre la igualdad de género.
¿Qué hubiera dicho Dora Mayer sobre Pedro Castillo?
Hubiera estado feliz. Habría dicho “estos irredentos indígenas ahora son presidentes”. Ojalá lo hagan bien.