Hace casi 45 años, la NASA envió la sonda Voyager 1 al espacio exterior para realizar un viaje sin retorno. Luego de décadas de travesía, la nave está abandonando el sistema solar y ha empezado a enviar una serie de datos que hasta los científicos e ingenieros a cargo no pueden explicar.
Voyager 1 se encuentra a 23.300 millones de kilómetros de la Tierra, por tanto, es la nave más lejana a nuestro planeta. A pesar de su antigüedad, continúa viajando a 61.500 km por hora en el espacio interestelar, un entorno que la ciencia recién empieza a comprender gracias a esa travesía.
Según un reciente comunicado emitido por el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la agencia espacial de EE. UU., la sonda está operando con normalidad, pero las lecturas que envía sobre su sistema de control y articulación de actitud (AACS) “no reflejan lo que realmente está sucediendo a bordo”.
El AACS se encarga de controlar la orientación de la Voyager 1. Una de sus tareas es mantener su antena de alta ganancia apuntando directamente a la Tierra para enviar datos. En ese sentido, aún continúan recibiendo la señal de la nave.
“Todos los signos sugieren que el AACS sigue funcionando, pero los datos de telemetría que devuelve no son válidos (...) Pueden aparecer generados aleatoriamente o no reflejar ningún estado posible”, indicaron.
En otras palabras, el equipo sabe dónde está Voyager 1 y en qué dirección viaja; sin embargo, envía datos totalmente diferentes, como si ‘fingiera’ haber perdido el rumbo.
La Voyager I es la sonda más lejana. Se encuentra a más de 18 horas luz de nuestro planeta. Imagen: NASA
El equipo continuará revisando los datos que llegan desde la Voyager 1 para determinar el origen del problema y solucionarlo. Pero dicha tarea es un desafío cada vez mayor.
Debido a la distancia, una instrucción —que viaja a la velocidad de la luz— enviada desde la Tierra a la Voyager 1 tarda 20 horas y 33 minutos en llegar y, por ende, demora el mismo tiempo recibir una respuesta de la nave. De ahí que resolver este tipo de situaciones requiere mucha paciencia por parte de los operadores de la NASA.
En tanto, su gemela lanzada también en 1977, la Voyager 2, se encuentra a 19.500 millones de km de la Tierra y continúa operando sin problemas.
“Un misterio como este es normal en dicha etapa de la misión Voyager”, dijo Suzanne Dodd, gerente del proyecto Voyager en el JPL.
“Las naves espaciales tienen casi 45 años, mucho más de lo que anticiparon los planificadores de la misión. También estamos en el espacio interestelar, un entorno de alta radiación en el que ninguna nave espacial ha volado antes”, añadió.
“Así que hay algunos grandes desafíos para el equipo de ingeniería”, sostuvo Dodd.
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Según Dodd, es posible que el equipo no encuentre la fuente de la anomalía, por lo que tendrían que adaptarse a ella. En cambio, si se ubica el origen, es posible que puedan resolver el problema mediante cambios de software o a través de hardware de respaldo de la propia nave.
Esta no es la primera adversidad que enfrenta la misión Voyager 1. Por tanto, el equipo confía en que la sonda continúe su marcha y siga, por algunos años más, revelándonos los misterios que se esconden más allá de las fronteras de nuestro vecindario cósmico.
Las sondas Voyager 1 y 2 fueron parte de un proyecto del Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA. Su principal misión ha sido explorar desde el sistema solar exterior hasta más allá de los límites del mismo.
Una cubierta bañada en oro de los discos de las Voyager. Foto: NASA
Asimismo, se les ha encargado la tarea de enviar datos almacenados en discos de oro al espacio interestelar para que, eventualmente, una civilización extraterrestre sepa sobre nuestra existencia, complejidad y ubicación en el universo.
El astrónomo y divulgador científico Carl Sagan comparó el proyecto Voyager como “botellas” dentro del océano cósmico.
El viaje a lo desconocido de ambas sondas también nos ha revelado hallazgos importantes como la posibilidad de emplear la fuerza gravitatoria de un planeta como impulso para llegar a otro más lejano.